A los 14 años “Kevin” comenzó a introducirse en el mundo de las drogas. Su madre había fallecido siete años antes y él estaba al cuidado de su familia materna. Comenzó por simple curiosidad y no por tristeza o melancolía, como podría presumirse; primero con el alcohol y poco después con las sustancias alucinógenas, las que lo llevaron a sumergirse en uno de los barrios más populares, empobrecidos y peligrosos de Durán: el Cerro las Cabras.
Desde ese momento comenzó un vertiginoso descenso a un abismo sin fin, del que no podía salir a pesar de lo mucho que lo deseaba. Sobre todo desde aquella ocasión en la que fue blanco de los gritos y reclamos de una madre desesperada, que en media calle le recriminó por su mala vida y le exigió que se aleje de su hijo. Ese fue sin duda, el momento más bochornoso de su vida.
Tras un largo período como consumidor, Kevin se convirtió en microtraficante. Lo hacía para costearse su propio consumo. Su colegio, se convirtió en su lugar de ventas. Trataba de hacerlo dentro de la institución, pero como los controles se lo impedían, comenzó a expender en los exteriores. Y las cosas transcurrían con aparente normalidad hasta que su vida comenzó a correr peligro. Sucedió que para evadir un control policial, enterró la “mercadería” en un terreno baldío, pero no la encontró a su regreso. Fue robado, pero sus proveedores creyeron que se había consumido la droga y lo buscaban para matarlo.
Solo entonces recurrió a su familia, que no sospechaba de su adicción, a pesar de que se drogaba con intervalos de pocas horas. Todos decidieron que lo mejor era internarlo en una clínica de rehabilitación. Con 18 años, la edad mínima para ser aceptado, Kevin ingresó a la misma institución a la que habían acudido antiguos compañeros de adicción, en los que había visto un cambio de vida: la Unidad de Conductas Adictivas (UCA) del Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, el único centro del país de su tipo que tiene certificación ISO 9001:2008.
UCA, una opción para dejar las drogas
La UCA cuenta con un equipo multidisciplinario que trabaja en el tratamiento de las adicciones, con un modelo residencial para adultos desde los 18 hasta los 65 años de edad. Tiene dos áreas, una para varones y otra para mujeres, con capacidad para 70 y 20 usuarios respectivamente.
Para ser atendido en la UCA hay que ser afiliado del IESS, ISSFA, ISSPOL o ser derivado del Hospital Universitario y el Hospital de Guayaquil. También se puede entrar de forma privada, aunque los costos son elevados: USD 2.500 de inscripción y una mensualidad de USD 1.100. Por cada 10 usuarios privados, la Junta de Beneficencia beca a un adicto en condición de extrema pobreza.
Una vez adentro, el proceso comienza con un período de desintoxicación en el área de emergencia del Hospital de Neurociencias. Cuando los síntomas del síndrome de abstinencia han sido controlados, los pacientes pasan al área de observación de la residencia, bajo el cuidado de psicólogos, psiquiatras, operadores vivenciales (ex consumidores que ayudan en consejería), trabajadores sociales y enfermeros, que los supervisan y les dan soporte durante las 24 horas del día. Pasado el ese periodo, los pacientes están listos para integrarse al resto del grupo que lucha por dejar la adicción.
Desde ese momento, todos los pacientes comienzan a cumplir un cronograma diario que consiste en diversas actividades como psicoterapias individuales, grupales y familiares, así como tutorías y terapias de apoyo (artes, deportes, yoga y crossfit).
Las familias de los pacientes también juegan un rol fundamental durante todo el proceso de rehabilitación. Tienen que asistir al programa de psico-educación para que estén listos para dar apoyo a su ser querido, una vez concluya la etapa de internamiento, que dura un total de seis meses. Luego vienen otros seis meses durante los cuales el paciente comienza a integrarse a la sociedad, mientras asiste de manera ambulatoria, los días martes y jueves, a las sesiones psicoterapéuticas de apoyo.
Cuando el usuario ha concluido el año de rehabilitación, debe continuar de manera indefinida asistiendo a la UCA anexa, ubicado en Bahía Norte (Avenida de las Américas), donde profesionales de la institución brindan charlas de apoyo a todos los ex drogadictos y a cualquier persona que desee escucharlas.
Según la psicóloga Diana Murillo especializada en Psicología Analítica, el nivel de efectividad de UCA es del 34.5% de recuperación, el cual considera alto, en comparación con otros centros de rehabilitación convencionales. Sin embargo, afirma que la reincidencia no debe ser considerada un fracaso, porque la etapa de rehabilitación vivida en la UCA “puede sentar las bases para un posterior proceso terapéutico. Es como haber sembrado algo”.
La “H”, la droga más consumida
Desde su inauguración en el año 2010, la UCA ha ayudado a pacientes enganchados con diferentes drogas. Pero la doctora Ruth Cortez, psicóloga especializada en Mediación Familiar, asegura que la que la adicción a la “H” (heroína más otras sustancias) es la que predomina, luego sigue la dependencia al alcohol, la cocaína y sus derivados; y por último, la marihuana.
La profesional cree que son muchas las causas del importante aumento de consumidores de sustancias psicotrópicas en el país en los últimos año, y el primer lugar se lo adjudica a los problemas familiares. “La sociedad está muy descompuesta. Los usuarios vienen sobre todo de hogares disfuncionales, desestructurados, donde los padres han abandonado el hogar, donde no hay una situación de valores”, afirma Cortez. En las historias clínicas que recibe, asegura que predominan los casos de abandono afectivo en los hogares y violencia intrafamiliar. Un detonante que empuja a las drogas.
Otro factor fundamental que menciona, es el fácil acceso a las sustancias alucinógenas. Además enlistan otras motivaciones como el desempleo y la pobreza.
En la UCA llama la atención la juventud de los asilados. El promedio de edades oscila entre los 18 y 25 años, aunque también hay quienes sobrepasan los 50. Uno de los mayores que actualmente están ingresados es “Milo”. Tiene 32 años y es la segunda vez que ingresa al proceso de rehabilitación. Está a punto de concluir su etapa de internamiento y es optimista. El amor que le tiene a su pareja lo llevar a pensar que esa vez sí podrá abandonar su adicción.
En el Centro están conscientes de la aparición en el mercado ilícito de nuevas clases de drogas muy potentes y adictivas, aún más que la “H”. Entre ellas está la llamada “cocodrilo”. Aún no han recibido ingresos por esa adicción, pero dicen estar preparados para ayudar a esa clase de pacientes.
Faltan centros para menores de edad
La Unidad de Conductas Adictivas no atiende a menores de edad, la población más vulnerable y mayormente azotada por la adicción a drogas. No obstante y en vista de la creciente demanda, la Junta de Beneficencia tiene en mente proyectos para suplir la carencia de apoyo a los menores. Aunque en ese sentido, la trabajadora social de UCA Lupita Calderón cree que estas acciones tienen que ir más allá. “La sociedad necesita la atención para esta clase de población, son niños que están atrapados en estas sustancias, debe haber una política de Estado”.
En el país no existen cifras oficiales ni del Ministerio de Educación ni del de Salud que dimensionen el problema de los menores con las drogas, pero la proliferación, sobre todo en Guayaquil, de clínicas de rehabilitación clandestinas, el nacimiento de cada vez más bebés –hijos de madres adolescentes- con síndrome de abstinencia y las numerosas capturas de expendedores en los alrededores de los colegios, dibujan un panorama complejo y alarmante. Incluso una psicóloga de uno de los colegios réplicas del Puerto Principal que recibe a 1000 estudiantes, dijo que solo ella, había tratado a 200 alumnos inmersos en el consumo de estupefacientes.
A esto se puede añadir un último estudio realizado por Unicef Ecuador y otras organizaciones no gubernamentales, alerta sobre la facilidad de conseguir sustancias psicotrópicas en los colegios del país. La investigación, realizada en 4000 hogares del país revela que el 46% de adolescentes entre 12 y 17 años considera que en su centro educativo circulan drogas y el 48%, que en los alrededores venden estupefacientes.
En cuanto a oferta de centros de rehabilitación públicos en el Puerto Principal, la demanda supera la oferta.
En octubre de 2014 el Ministerio de Salud (MSP) inauguró el CETAD-Guayaquil, abreviatura del Centro Especializado de Tratamiento para personas con Consumo Problemático de Alcohol y otras Drogas, que se instaló en dos pabellones del Hospital Neumógico Alfredo Valenzuela ubicado en el Cerro del Carmen. La capacidad del centro era de 60 camas, 45 para residentes y 15 para pacientes ambulatorios, y según un informe suscrito en abril de 2015 por la Comisión de Salud Mental de la Subsecretaria Nacional de Provisión de Servicios de Salud, brindaba un tratamiento integral y residencial para adolescentes entre 12 y 17 años, con consulta externa, medicina general, psiquiatría y psicología. Similar a lo que ofrece la UCA a mayores de edad.
Pero bajo esa modalidad, el CETAD funcionó solamente cinco meses, y en marzo de 2015 fue trasladado a la Casa de Acogida Juan Elias en memoria del niño del 13 años, adicto a la «H» que murió en septiembre de 2014. “Este joven no debió morir sino ser ayudado por el sistema gubernamental y eso no pasó, lo que nos hizo reaccionar duramente, emprendiendo acciones más severas y eficaces para evitar que en el país vuelvan a registrarse casos similares”, dijo el presidente Correa, quien presidió la inauguración del nuevo centro.
Durante los cinco meses que funcionó el CETAD en el Hospital Neumológico, atendió 109 pacientes en la modalidad ambulatoria y residencial, 102 varones y 7 mujeres, de los cuales, 91 tenían entre 15 y 17 años. Del total de pacientes, 100 eran adictos a la Heroína.
El CETAD que actualmente funciona en la Casa de Acogida Juan Elias, es el único de su tipo en Guayaquil. Está administrada por el Ministerio de Inclusión en convenido con el de Salud, tiene la mitad de su capacidad inicial, es decir, 30 camas y solo recibe a menores que hayan superado la fase de desintoxicación. Ese proceso se realiza de forma ambulatoria en los hospitales públicos, que son los únicos autorizados para remitir internos. Otra diferencia, es que solamente alberga a adolescentes varones y en caso de requerir ese servicio para una chica, «habría que ir Quito», indicó un funcionario del MIES que labora en dicha Casa de Acogida. Por lo demás, el Centro ofrece terapia individual, grupal y familiar para cumplir con la deshabituación del consumo de drogas, atención de salud a lo largo del acogimiento, re-inclusión social y educativa, reinserción familiar, capacitación y opción laboral. Además los menores tiene posibilidad de darle seguimiento a las tareas del colegio, comenta el funcionario y añade que las familias pueden visitar a los chicos una vez por semana y pueden llevarles su comida preferida. «Si le gusta el encebollado, le puede traer».
Texto Ingrid Estrella y redacción LaHistoria.ec