*Tras cerca de tres años de luchar contra el cáncer, Mónica falleció el domingo 27 de marzo de 2016.
Mónica tiene 35 años y una determinación admirable. «No me voy a morir», advierte a todo aquel que repare en ella indicios de una enfermedad. No hay tiempo para pensar en esas cosas, porque tiene mucho trabajo pendiente. Ella es la secretaria de uno de los dos juzgados Penales que funcionan en Durán y, a primera vista, aquí hay mucho por hacer.
A Mónica Moreira Cedeño le detectaron un cáncer avanzado, del tipo 2 B2, hace poco más de un año. Es un tumor en el útero, que cuando fue descubierto medía 13 centímetros. El tamaño de esta malformación es relevante en esta historia.
Es un viernes más en el juzgado de este cantón vecino a Guayaquil. Está por terminar la tarde, pero el calor sigue sin dar tregua. La oficina donde trabaja Mónica parece más un cuchitril y si a alguien le dijeran que en este lugar nace algo que se se llama justicia, se lo pensaría dos veces. Claramente, la millonaria inversión en la Función Judicial ecuatoriana no ha pasado por aquí.
-Tengo fiebre y la cabeza me revienta. Pero ayer estuve peor.
-¿Qué pasa entonces?
-Ayer tuve suerte. Estaba una abogada que había tenido cáncer y sabe que hacer en estos casos. Mandó a comprar algo para inyectarme y me lo puso. ¿Qué mando a comprar? Que bruta, no me acuerdo. Debí anotarlo.
Pero este viernes no hay quien la auxilie. Así que se sienta e intenta tomarse un respiro. Una tarea difícil en este despacho, en donde a cada instante entran auxiliares y abogados para que redacte en papeles y para que firme otros. Son asuntos de libertad o cárcel, así que nadie puede esperar. A pocos les interesa que la responsable tenga 40 de fiebre y que sus piernas comiencen a temblar.
El 13 de junio de 2013
La fecha tiene su lugar especial en la vida de Mónica. Ese día le vino una hemorragia tan intensa que los médicos que la atendieron en emergencias le dijeron que era una mujer con suerte, pues pudo morir desangrada.
-Eso es cáncer, Y un cáncer muy avanzado, de la experiencia que tengo.
Fue el diagnóstico, que a primera vista, dio un doctor a la secretaria. Sin ninguna contemplación. Se lo dijo así nomás, como quien le cuenta a otra persona que mañana se va a un viaje de placer.
-¿Ah si? ¿Cáncer? Bueno. ¿Y qué hay que hacer?, le respondió Monica.
Lo que había que hacer, comenzó de inmediato.
La misión era eliminar el tumor, que no es operable, porque estuvo apenas a 1 centímetro de desatar una metástasis. Y no se lo puede tocar.
-Su cáncer es grave. Tal vez no pase de los tres meses, le dijo otro médico sin mucho tacto.
Mónica tiene cinco hijos y el último, apenas tenía cinco meses de nacido cuando se detectó el tumor.
-Cuando estaba embarazada, ya tenía el cáncer. No entiendo como no se dieron cuenta entonces, con tantos exámenes que me hicieron, se queja pero sin ninguna sorpresa de por medio. Como que si negligencias de este tipo fuesen lo común.
Ese es el tipo de explicaciones que nunca se dan. Pero esta mujer no es de lamentos y, a los ocho días de haberse enterado, recibió su primera quimioterapia. Fueron tantas sesiones que perdió la cuenta. Mejor maneja fechas. La primera en junio, la última en noviembre, cada quince días. Toca hacer la cuenta.
Ya en noviembre, le tocaba el turno a la radioterapia, el siguiente paso. Y fue entonces que se topó en el IESS con una máquina de radioterapia dañada. Decenas de pacientes que, sencillamente, debían esperar.
Las quimios habían cumplido su tarea y, para noviembre, el tumor se había reducido a 5 centímetros. Como no había radioterapia en el IESS, en enero de este año el tumor volvió a crecer: 8 centímetros.
Entonces pensó en hacerse la radioterapia por cuenta propia, en Solca. Costaba $8000, una pequeña fortuna para ella, que no tiene.
-¿Por qué no hay un hospital especializado del Estado para estas enfermedades?, pregunta, ahora sí, como reclamo, y es el tipo de preguntas que casi nadie hace a las autoridades que deberían tener una respuesta.
La enfermedad no mata
Las radioterapias llegaron, finalmente, este año, y la buena noticia es que el tumor se redujo a 2 centímetros, medido a mayo. Pero desde abril no se ha podido hacer el siguiente paso, la braquiterapia. Explica que esto se trata de radiación interna, que solo se puede hacer en Solca. El trámite para el convenio entre el IESS y Solca, está completo por hacer.
-Lo que consume y mata realmente es el sufrimiento, no la enfermedad, dice con la experiencia de alguien que enfrenta con entereza lo que le toca.
-Para mí, el cáncer es una insignificancia. Claro, para mi familia fue duro. Cuando se enteró mi papá, el último en saberlo, se puso a llorar, desconsolado. Tuve que encararlo y decirle: A ver, ¿no se supone que tú tienes que darme la fuerza?
Mónica dice que siempre fue atea, una comunista convencida, que hizo política activa de izquierda en la Universidad. Pero ahora ha conocido la fe.
-Estaba en el hospital internada y vino a verme un día el suegro de mi papá, que es pastor. Y apenas llegó dijo: «Aquí no he venido a rezar ni nada de esas cosas. He venido a decirte a ti y a tu familia que ya es hora de que te vayas a tu casa. Allí te necesitan tus hijos, así que no quiero verte más en esa cama. Te vas.»
Lo curioso, es que al siguiente día, fue dada de alta. Un médico le anunció que estaba mejor y podía irse. Ella lo entendió como un mensaje de alguien.
Los niños, en efecto, la extrañaban. Sobre todo el recién nacido, que a los cinco meses, se vio privado del seno que lo alimentaba. Y no dormía en las noches.
-Hasta que un día, vino el papá del niño al hospital, a la medianoche. No lo dejaron pasar y se puso en la calle que justo daba a la ventana de la habitación, en donde yo estaba internada. Me llamó, me levantaba al bebe y nos veíamos. Él se reía y dice el papá que, ya en casa, dormía tranquilo. Eso lo repitió todas las noches».
Jubilarse, jamás
El trabajo en un juzgado no da tregua y no hay la opción de una jubilación por enfermedad. Y la razón es más sencilla de lo que parece. Mónica hace números. «Yo gano $1700, si me jubilo me pagan de pensión el 40%, eso es como $600. Con cinco hijos, ¿qué hago con eso?
Los costos de su enfermedad, pese a que está asegurada, son altos. Y los asume solo ella. De sus padres tiene el amor, pero sin muchos recursos, lo que queda es el apoyo y unas agüitas, de esas que mucha gente asegura son capaces de curarlo todo.
«Mi papá me trae todos los días acá a la oficina esa botella grande que es una mezcla de plantas medicinales. Aquí me la tomo en el transcurso del día. Y hay días, cuando me siento mal, que me acompaña, me ayuda».
De su pareja, un policía, no espera mayor cosa. Y no se la ha dado tampoco. Ni plata, ni afecto, ni compañía. Un asunto común entre las enfermas de cáncer, según las cuentas que ha sacado ella.
«Cuando me hice las quimios, de diez mujeres, siete estaban solas. Fueron dejadas por sus esposos, sus parejas. Yo no me quejo, pero con el papá de mis hijos siempre pasa algo para ya no estar con nosotros. Como es policía…»
Los Efectos
-Yo soy una mujer fuerte. En todo este tiempo nadie me ha visto llorar.
Lo dice con orgullo. Y ese carácter, asegura, lo ha tenido siempre. Desde su época de estudiante de Leyes y cuando uno de sus trabajos fue organizar la primera votación con los presos de la Penitenciaría de Guayaquil.
-Fue gracioso. Tenía que ir celda por celda para que salgan a votar. A un par los encontré en pleno acto, con los pantalones abajo. Se ve cada cosa. Pero esas elecciones resultaron bien.
Ahora luce un pañuelo largo en la cabeza.
-Yo tenía el pelo muy largo, me encantaba. Pero cuando me hice las quimios, no me bañaba, sabía que se me caería. Y así fue. Un día me metí a la ducha y cuando salí mi esposo casi no me reconoce. No olvido su cara.
Pero la sorpresa de su marido fue lo que menos le importó.
-¿Usted sabe lo que es que su hijo de dos años y medio la abrace, le de un beso, le coja la cabeza y que en sus manitas queden pegadas bolas de pelo?
Los efectos de las quimios se estaban haciendo sentir y puestos a comparar con los efectos de las radioterapias, lo peor, sin dudarlo, para ella, son las quimios.
-Una vez, de tanto vomitar, me caí sobre la taza del servicio. Casi me quedo soñada del golpe en la cabeza. Son unos vómitos que se me salen los ojos. Ah, y las uñas. Como se quiebran las uñas. Aquí, en la oficina, tipiando en la computadora, se me quiebran.
El Futuro
Existe. Sus hijos pequeños así se lo imponen. Por eso sigue trabajando, concursando en la Judicatura para que su contrato provisional se convierta en definitivo, aunque su realismo le grite que ella no será escogida, porque una enferma tiene menos oportunidades de ganar que una persona sana.
-Desde abril no me hacen nada, porque recién me mandaron la hoja del IESS para que me hagan las braquiterapias en Solca. Imagínese que la primera vez me mandaron del IESS con pase a la maternidad Sotomayor. Es de reírse.
El paso del tiempo sin tratamiento alguno le hace mal. Por eso las fiebres de esta semana, ese cansancio extremo, esa debilidad que se nota.
-El tumor está creciendo. Yo lo siento. Así fue la primera vez que me volvió a crecer. Yo se lo había anticipado a los médicos. Y en efecto, así fue. Cuando uno lleva un tumor por dentro, aprende de su comportamiento.
Y ahora, por estos días, se está portando mal.