El Papa Francisco habló mucho en Ecuador pero, finalmente, nunca explicó las razones que lo llevaron a escoger a Ecuador como su primer destino en América Latina para una gira pastoral. Fueron tres días intensos, de mucho recorrido en Quito, una visita fugaz en Guayaquil, dos misas campales y encuentros con enfermos, grupos católicos y civiles, que demostraron la vitalidad de un pontífice que, a sus 78 años, se ha impuesto la dura tarea de concretar cambios acordes a los tiempos en la iglesia Católica.
Evangelizar con alegría, el lema con el que bautizó esta visita la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, debe resultar más complicado en un país dividido. Y aunque los jerarcas de la iglesia deberían estar acostumbrados a pisar terrenos minados en lo político, en el caso ecuatoriano mereció que Francisco, sobre la marcha, adapte unas cuantas palabras de lo que ya tenía preparado, para intentar coger el tono de la situación que apenas tres días antes, había desembocado en violencia en las mismas calles que después recorrería en su Papamóvil.
Para no decepcionar en las ciudades que más han protestado en las últimas semaanas, el Papa decidió dejar mensajes que muy bien podrían entenderse que iban dirigidos al presidente anfitrión. Y eso que Correa puso esmero, desde la llegada del pontífice a Tababela, en convencerlo de que en Ecuador regía un gobierno que seguía, casi a pies juntillas, la doctrina social de la iglesia. «Usted me cita demasiado», fue de lo primero que le dijo Francisco a Rafael Correa, en pleno aeropuerto, sin que se sepa si aquella observación incluía la campaña de frases referentes a la distribución de la riqueza muy promocionada días antes, coincidiendo con el empeño presidencial de convencer a las mayorías de una nueva ley de Herencias y de pago de Plusvalías, supuestamente dirigidas a disminuir la inequidad que sigue reinando.
Claro que en las palabras de recepción, hubo espacio para el optimismo. «Mis mejores deseos para el ejercicio de su misión, que pueda lograr lo que quiere para bien de su pueblo», acompañado del ofrecimiento de colaboración por parte de la iglesia «para servir a este pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad». Un mensaje sobrio, al que sumó la recepción de la repetida broma del presidente Correa, respecto a que Ecuador «es el paraíso», tomando en cuenta que Dios es brasileño y el Papa es argentino.
Para el lunes, y como siguiendo un guión establecido, la misa en el Parque Samanes fue dedicada a reforzar el concepto tan maltrecho de familia. Fue una homilía que convocaba a los gestos de ternura y amor casa adentro. Mencionó a los padres cuando ya están ancianos, al mandamiento que pide honrarlos, a la necesidad de comprensión y respeto entre los esposos. Después de la lectura de la boda de Caná, realizó una parábola respecto al vino del cual se habla en esta parte del Evangelio. «El mejor vino está por venir», fue su mensaje de esperanza respecto a que la familia no está liquidada y que, con esfuerzo, puede derivar en su mejor versión, pese a todos los problemas modernos que la amenazan.
Por la noche del lunes, ya en Quito, apareció el primer mensaje fuera de libreto, al que recurrió Francisco para referirse a la coyuntura del primer país que visitaba en Latinoamérica. «Que no haya gente que se descarte, que todos sean hermanos, que se incluya a todos y no haya ninguno que esté fuera de esta gran nación». Palabras que, para el gobierno, resultan la coincidencia con el pensamiento político de Correa, tal como lo ha resaltado la agencia estatal de noticias Andes, comprometida desde el inicio de la visita a buscar las semejanzas en el discurso del Papa con palabras que ha dicho el presidente. Correa de su lado, prefirió la comunicación gestual. En la visita de cortesía que hizo el Papa a Carondelet, el presidente no paró de reír, dar saltos y acordes con las manos cuando cantaba la canción de bienvenida preparada por Damiano y fue quien presentó, uno por uno, a su extenso equipo de colaboradores de distinto rango, en una ceremonia que se desarrolló cuando el Papa ya tenía más de doce horas de agenda recorrida, incluyendo el viaje a Guayaquil. Aún así, Francisco a nadie le negó bendiciones dadas con buen ánimo: a Viviana Bonilla, Gustavo Jalkh, Carlos Marx Carrasco, Freddy Ehlers…
El martes, el Papa ya usó palabras mayores y fue más allá de su repetido llamado a la inclusión, que podía interpretarse de acuerdo al bando en que se esté. En la misa que dio en el parque Bicentenario sorprendió con su apertura, recordando que fue en Ecuador donde, hace doscientos años, se encendió la la luz de independencia en América. Hizo mención a que eso fue posible por los liderazgos sin personalismos y el trabajo en conjunto, renunciando a los protagonismos egoístas y a los individualismos. Cuestionó la evangelización proselitista, de la que dijo «es una caricatura de la evangelización» y recordó que el Evangelio es el instrumento ideal de unidad para llevar adelante metas comunes. Y hablando de paz, recordó que «la paz es artesanal, es impensable que brille la unidad, si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros en busca estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica y esto a costilla de los más pobres, más excluidos, indefensos de los que no pierden su dignidad pese a que se la golpean todos los días».
En la tarde del mismo día, volvió a soltar mensajes directos. En el encuentro que mantuvo con educadores y estudiantes católicos, en la Pontificia Universidad Católica, fue abordado por profesores y jóvenes que demandaron, sin ambages, un mayor apoyo del Estado a esta opción educativa. El obispo de Loja, sobretodo, se quejó del trato que ha venido recibiendo la educación católica en los últimos años. El Papa escuchó atento a lo que Caroline, de 20 años, expuso como un reclamo: que la formación religiosa haya sido excluida de las aulas para proteger la libertad personal y la conciencia de cada uno, mientras ganan terreno el ateísmo y el agnosticismo. «El Estado tiene que ser facilitador y no barrera», expuso la joven de Manta, quien advirtió al Papa que «le pueden sorprender estas palabras, pero usted mandó a los jóvenes a hacer lío». Para el momento, Francisco no pudo ofrecer demasiado a las inquietudes planteadas, pero recordó que la educación es un trabajo de cultivar y cuidar, sin que sea necesario «doctorear». Recordó la destrucción que el hombre ha hecho de la naturaleza y su uso irresponsable. «Existe una relación entre el ambiente humano y el ambiente natural que se degradan juntos. No podemos seguir dándole la espalda a nuestra madre la tierra». Además, presentó un fuerte reclamo: «No es humano entrar en el juego de la cultura del descarte. Yo vivo en Roma y en invierno hace frío. Sucede que cerquita de El Vaticano, aparece un anciano muerto de frío y no es noticia en ninguno de los diarios, en ninguna de las crónicas. Un pobre que muere de frío y de hambre, hoy no es noticia. Pero si las bolsas de las principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos se arma el gran escándalo mundial. Yo me pregunto: ¿dónde está tu hermano?».
Pero el mensaje más directo y frontal, lo dio el Papa en la iglesia de San Francisco, en el encuentro con la comunidad civil.
«El Ecuador, como muchos pueblos latinoamericanos, experimenta hoy profundos cambios sociales y culturales, nuevos retos que requieren la participación de todos los actores sociales. La migración, la concentración urbana, el consumismo, la crisis de la familia, la falta de trabajo, las bolsas de pobreza producen incertidumbre y tensiones que constituyen una amenaza a la convivencia social. Las normas y las leyes, así como los proyectos de la comunidad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, espacios de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertad. La esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer oportunidades reales a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes. Me referí a la falta de trabajo creando empleo, con un crecimiento económico que llegue a todos, y no se quede en las estadísticas macroeconómicas, crear un desarrollo sostenible que genere un tejido social firme y bien cohesionado».
Continuó: «El respeto del otro que se aprende en la familia se traduce en el ámbito social en la subsidiariedad. Asumir que nuestra opción no es necesariamente la única legítima es un sano ejercicio de humildad. Al reconocer lo bueno que hay en los demás, incluso con sus limitaciones, vemos la riqueza que entraña la diversidad y el valor de la complementariedad. Los hombres, los grupos tienen derecho a recorrer su camino, aunque esto a veces suponga cometer errores».
«En el respeto de la libertad, la sociedad civil está llamada a promover a cada persona y agente social para que pueda asumir su propio papel y contribuir desde su especificidad al bien común. El diálogo es necesario, es fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser impuesta, sino buscada con sinceridad y espíritu crítico. En una democracia participativa, cada una de las fuerzas sociales, los grupos indígenas, los afroecuatorianos, las mujeres, las agrupaciones ciudadanas y cuantos trabajan por la comunidad en los servicios públicos son protagonistas imprescindibles en este diálogo, no son espectadores».