En la última película de Wooddy Allen, Blue Jasmine, Cate Blanchett interpreta a una mujer con mucha fortuna que, de pronto, por la repentina muerte de su marido millonario, se queda en la ruina. No le queda otra que pedir posada a su hermana pobre y de volver a intentar, una y otra vez, recuperar sus aires de grandeza, sin conseguirlo. Se convierte en una mujer mentalmente enferma, que nunca se acostumbra a vivir en las carencias.
– A mí no me pasa nada de eso. Yo no tengo ningún problema. Estoy perfecto, tengo mi conciencia tranquila.
La respuesta la da Fernando Aspiazu Seminario cuando se le menciona la película de Allen tratando de encontrar alguna semejanza con su situación actual. Pero no. Aspiazu trasmite seguridad en sus palabras, la misma seguridad con la que habla un hombre poderoso. Paradójicamente, lo que menos tiene Aspiazu en estos días -octubre de 2014- es poder.
¿Qué tiene Aspiazu actualmente? Nada, dice él. Bueno, cuenta con una tarjeta de la Metrovía para personas de la Tercera Edad, con la que paga doce centavos el pasaje cada vez que utiliza el bus articulado para moverse por Guayaquil. Eso es bastante frecuente. ¿Taxis? Pocas ocasiones, asegura. Solamente para asistir a lugares lejanos, como el cementerio Parques de la Paz, a donde va esporádicamente para despedir a los amigos.
No tiene casa, no tiene carro, no tiene cuentas bancarias. Hace veinte años, Fernando Aspiazu Seminario era uno de los hombres más ricos del Ecuador. Era el mayor accionista de uno de los bancos más grandes del país, era dueño de la Empresa Eléctrica, de un canal de televisión -Sí TV-, de un periódico, El Telégrafo. No se contabilizó su fortuna en ese momento, pero por citar una referencia, a la campaña de Jamil Mahuad donó 3 millones de dólares.
–Las cosas han cambiado en eso. Los partidos de ahora ya tienen suficiente dinero y no necesitan pedir a banqueros.
La reflexión la hace Aspiazu en el portal de su casa, un departamento que ocupa dentro de un condominio de clase media ubicado en el barrio Centenario. Nada que haga presagiar que allí habita un hombre que fue muy poderoso y que aún siente cierta satisfacción de haber ayudado a tumbar al presidente a cuya campaña le regaló una millonada.
Han pasado más de 15 años de la tormenta perfecta que hundió al país. Feriado bancario, congelamiento de depósitos, dolarización, cierre de bancos, peculado bancario, cárcel. Palabras fuertes que atravesaron la vida de este hombre que en enero próximo cumplirá 80 años y que goza de dos apellidos de la élite en la ciudad.
–Mis amigos nunca me abandonaron. Cuando estuve preso en la penitenciaría del Litoral, todas las semanas, sin excepción, iban a visitarme puntualmente. Y ahora, tengo reuniones con mis amigos todos los miércoles. De hecho, creo que ahora tengo más vida social. Cuando tenía las empresas me absorbían el tiempo demasiado.
Por cierto, Aspiazu sigue siendo miembro del Consejo Consultivo del exclusivo Club de la Unión.
A más de las empresas, el empresario era un fanático del fútbol. Como dirigente, hizo campeón al Emelec. Aún se recuerda el sonado traspaso al fútbol italiano de quien debía convertirse en el mejor jugador ecuatoriano de la historia: Jaime Iván Kaviedes. Aspiazu negoció su pase al Perugia italiano y viajó con él para dejarlo instalado, listo para triunfar en el Calcio.
Eran los tiempos de éxito. De los viajes constantes, de los grandes negocios. Cuando Aspiazu se daba lujos inalcanzables para el común de los mortales: autos caros que lo esperaban en los aeropuertos, restaurantes de la guía Michelin al momento de comer, costosas pinturas en sus oficinas. Todo coronado con la inauguración del edificio más imponente que se ha construido en Ecuador para un banco, en la avenida Francisco de Orellana, en Guayaquil, lo que, extrañamente, significó el principio del fin.
–Yo siempre anduve sin guardaespaldas. Nunca los he necesitado. Cuando salí de la cárcel, en diciembre de 2006, decidí, desde el primer día, salir a la calle. No esconderme, porque no soy un cobarde. Resolví que, si había alguien que me reclamaba, lo iba a encarar y explicarle lo que ocurrió. En todos estos años, solo quince personas me han reclamado. No son ni el 1% del total de los que se han acercado para expresarme su apoyo.
Lo que ocurrió, todos lo sabemos y de eso se ha dicho demasiado. La versión de Aspiazu se mantiene y sigue sacando cuentas: que la Empresa Eléctrica produce de utilidad $25 millones al mes, que los terrenos del banco en la isla Mocolí, en Samborondón, el edificio de la Orellana…su lista es larga.
–Yo no reclamo vuelto. Esa palabra es infame para mi caso.
Y su caso, judicialmente, es la de un insolvente que quedó debiendo al Estado 888 millones de dólares. Nada menos.
Aquello no le quita el sueño. En sus palabras, su vida es completamente rutinaria. Recibe amigos, sale a las calles, da consejos y asesorías en negocios a quien se lo pide, por lo que no cobra nada. Esto es posible, afirma, porque está muy bien informado.
-Me informo doce horas al día, por todos los medios. Tengo canales de televisión internacionales, internet, periódicos.
Y nada más, porque no quiere hablar demasiado.
–Ya lo dije, todo normal. No hay nada interesante como para publicar.
Marlon Puertas