- El matorralero cabecipálido es un ave endémica que subsiste en una reserva creada en el valle de Yunguilla.
- Además de la destrucción de su hábitat, las enfermedades e incendios son los mayores riesgos que enfrenta.
Todos los días, desde hace 20 años, Enrique Calle despierta antes de que el sol salga, se alista y se aprovisiona de naranjas y panes para emprender una caminata de quince minutos hacia la Reserva de Yunguilla, ubicada al suroeste de Cuenca, provincia del Azuay, en los Andes Sur de Ecuador. Tan pronto como cruza sus límites, es recibido con algarabía por unas particulares aves de tonos crema y marrón, que trinan para darle la bienvenida. Calle, que trabaja allí como guardaparques, les responde con silbidos y empieza a caminar por los senderos mientras que sus anfitriones alzan el vuelo para seguirlo.
La escena no pasaría de una memorable anécdota si no fuera porque se trata del matorralero cabecipálido (Atlapetes pallidiceps), una especie que se pensó extinta durante casi 30 años y que fue redescubierta en la zona en 1998. Este es “el primer ejemplo global de que es posible rescatar a un ave de su extinción con medidas de conservación”, dice el ornitólogo danés y miembro de la Fundación Jocotoco, Niels Krabbe.
Fue justamente Krabbe quien lideró la búsqueda del ave durante los años noventa. Realizó varias expediciones fallidas en 1991, 1993 y 1995, pero decidió hacer un último intento en 1998. “Si no lo encontrábamos seguramente se hubiese extinto”, asegura. El ornitólogo recuerda que viajó acompañado de dos estudiantes ecuatorianas, Orfa Rodríguez y Ana Agreda, y que cuando estuvieron en terreno tuvieron dudas sobre por dónde empezar. En ese entonces no sabían si el ave era de bosque o de matorral. “Por casualidad decidí buscar primero en el matorral y una pareja de Atlapetes pasó muy cerca de mí. Al regreso al campamento, Orfa y Ana estaban emocionadas por la noticia. Sin embargo, no teníamos evidencia dura. Fue después de varios días que logramos capturar un ave y tomarle fotos”.
La amenaza del vaquero brilloso
La destrucción de su hábitat y el parasitismo de cría —estrategia usada por algunas aves que ponen sus huevos en los nidos de otras especies—, tenían al matorralero cabecipálido al borde de la extinción cuando fue redescubierto a finales de los noventa. En esa época se calculaba que apenas existían entre 5 y 15 parejas de esta especie que estaba catalogada en Peligro Crítico según la Lista Roja de Especies de la UICN.
La Fundación Jocotoco requirió al menos una década de trabajo e investigación sobre su conservación para implementar con éxito un plan de manejo de hábitat que se enfocó en la eliminación de amenazas. Para el año 2009 la población aumentó a 100 parejas y, dos años después, el Atlapetes pallidiceps pasó a la categoría En peligro. Dicho de forma coloquial, se salvó de la extinción inminente, aunque aún enfrenta amenazas latentes.
Pero, ¿cuál fue la fórmula que evitó su desaparición? “Primero, al crear la reserva dimos protección a esa tierra donde se encuentra el matorralero, adicionalmente comenzamos a controlar la población del vaquero brilloso (Molothrus bonariensis) [otra especie de ave]”, responde José León, coordinador de Investigación de la Fundación Jocotoco. León se refiere a la Reserva de Yunguilla, un área de protección privada que en sus inicios tenía poco más de 20 hectáreas y se encuentra en la provincia de Azuay. Se creó el mismo año del redescubrimiento del ave y ha ido creciendo con el apoyo de organizaciones como American Bird Conservancy (ABC). En la actualidad, la reserva cuenta con 195 hectáreas y planes futuros de expansión.
Además de la destrucción de su hábitat por la expansión de la frontera agrícola, ganadera y urbana en la zona, que se ha convertido en sitio de construcción de casas de descanso, los estudios determinaron que el matorralero cabecipálido estaba desapareciendo por el parasitismo de cría del vaquero brilloso. “Esta ave [el vaquero brilloso] depende de otras para incubar sus huevos. Va y los deposita en los nidos del matorralero. Los polluelos nacen y los del vaquero brilloso son mucho más grandes. Comienzan a consumir toda la comida que traen los padres y botan del nido a los polluelos del matorralero. Es una competencia directa”, asegura José León.
Aunque el vaquero también pone sus huevos en nidos de otras especies, León explica que hay aves que sí los distinguen de sus crías y optan por no alimentarlos o matarlos. “En cambio, el matorralero no distingue, los alimenta y solo por su tamaño empiezan a desplazar a los hijos [del matorralero] del nido”. Por ello, una de las medidas implementadas fue la eliminación del vaquero dentro de la Reserva. “Hemos controlado a los vaqueros durante unos siete años, hasta que la población de Atlapetes se recuperó”, dice por su parte Niels Krabbe.
La Fundación Jocotoco decidió enriquecer el hábitat del matorralero. Reforestó algunas zonas claves, como las partes altas, donde plantas invasoras estaban impidiendo el crecimiento natural de la vegetación. También implementó tanques de agua en algunos tramos para ayudar al matorralero y otras especies a sobrellevar la época seca. Estos tanques también sirven como reservorios de emergencia en casos de incendios, una gran preocupación por el clima de la zona —una transición entre ecosistemas húmedos y secos— y las actividades agrícolas colindantes.
“La importancia biológica de la Reserva no solo radica en el matorralero, pero es nuestra estrella”, enfatiza León. Para el experto “es el único lugar del mundo donde se puede ver esta especie”. El matorralero cabecipálido prefiere laderas arbustivas con pocos árboles pero con presencia de bambú. “Cuando ves bambú, tiene que estar el matorralero”, dice León.
La fórmula de conservación que han aplicado tiene un componente más: educación ambiental. “Se ha hecho principalmente con los vecinos que se inclinaban por sembrar maíz, lo que atrae al vaquero brilloso. Incluso, en el último censo se encontró al vaquero en el límite entre la reserva de Yunguilla y las propiedades donde se encuentra sembrado el maíz. Con ellos hemos venido trabajando para que tengan diferentes cultivos que no afecten al matorralero”.
Finalmente, José León, el coordinador de Investigación de la Fundación, indica que cada año realizan un censo del matorralero en la reserva y sus límites, y que gracias a los resultados de este año descubrieron nuevas parejas por fuera del área protegida. “No las habíamos visto antes y obviamente esta información es vital para nuestros planes futuros de expansión”. Agrega que también censan a su competidor, el vaquero brilloso y que solo encontraron a ocho individuos en esta última ocasión, lo que confirma que esa amenaza está controlada.
“El matorralero muere por falta de espacios”
Cada año, durante marzo y abril, se realiza un censo para monitorear la población del matorralero cabecipálido. Se aprovechan esos meses que coinciden con la estación lluviosa. “Cuando es la época seca ellos empiezan a bajar a lagunas o lugares donde hay agua y se reúnen en grupos, es difícil estimar su número. Pero cuando entran en la época reproductiva [lluvias] buscan territorios adecuados y permanecen separados unos de otros, entonces es más fácil saber dónde están”, explica Augustín Carrasco, biólogo cuencano que estuvo al frente del último censo. Todo el proceso, entre que el ave pone el huevo, este eclosiona y el polluelo tiene sus primeras incursiones fuera del nido, dura un mes.
Según la experiencia de Carrasco, cada censo dura veinte días y en ellos se recorre prácticamente toda la reserva de Yunguilla y algunos de sus alrededores. “No es fácil, en promedio se encuentran unas seis parejas por día”, señala y agrega que el conteo se da en un 50 % de forma visual y el otro 50 % de forma auditiva, “porque muchas veces en matorrales es muy difícil verlos, entonces los reconozco por el canto”. Cada vez que se identifica una pareja se marca el punto GPS para luego reflejarlo en un mapa.
Aunque el matorralero pasó de la categoría en Peligro crítico a En peligro, Carrasco sostiene que la situación del ave sigue siendo frágil porque abarca un área y una población reducida que no supera los 250 individuos. Dice también que controlada la amenaza del vaquero brilloso, ahora el principal enemigo es el ser humano. El biólogo coincide con el redescubridor del matorralero cabecipálido, Niels Krabbe, quien señala que a muchos individuos les falta área para vivir, “es decir, mueren por falta de lugares. Hay que mantener siempre lugares arbustivos”.
Augustín Carrasco comenta que las casas nuevas y los sembríos han ido desplazando al ave en los límites de la reserva. “Recién hicieron un cultivo grande de cuatro hectáreas de aguacate y donde lo hicieron había unas ocho parejas que vivían allí. Ahora no se sabe si esas aves murieron o se fueron a otro lugar, ni que pasó. El ser humano está llegando cada vez más lejos”. A eso se suman los incendios que la gente suele realizar en la zona.
El Atlapetes pallidiceps está categorizado dentro de la alianza global Cero Extinciónque incluye a las especies de aves más amenazadas en el mundo, según explica Wendy Willis de American Bird Conservancy (ABC). Willis añade que parte de la misión de su organización es detener las extinciones de todas las aves amenazadas en las Américas. Sobre la importancia biológica del matorralero menciona que el género Atlapetes contiene varias especies En Peligro y que no solo trabajan en Ecuador sino que tienen proyectos activos en Colombia para el Atlapetes blancae y el Atlapates flavicpes.
El matorralero es un ejemplo esperanzador
La existencia del matorralero siempre ha estado restringida al drenaje del río Jubones, uno de los principales afluentes del sur del país, pero “hoy casi no existe hábitat y dudo que se encuentre un espacio así en otros lados”, menciona Niels Krabbe. El ornitólogo dice que mientras se siga cuidando a la especie en la Reserva de Yunguilla, se puede decir que está a salvo. Eso sí, menciona que el ave ha perdido algo de inmunidad y que una enfermedad que no pueda combatir podría resultar devastadora.
Otro riesgo potencial es que un incendio consuma su hogar en el valle de Yunguilla. De hecho, hace unos diez años hubo uno que aún perdura en la memoria del guardaparques Enrique Calle. Puede decirse que fue un flagelo con suerte porque consumió alrededor de tres hectáreas pero, según dice, no afectó a la población de la singular ave. Recuerda que dio aviso a los bomberos y que en el entretiempo logró, con algo de ayuda, cubrir un sendero con hojas verdes, el cual impidió que el fuego se extienda a la parte baja de la colina donde se encontraban algunos ejemplares del matorralero. No se sabe a ciencia cierta qué provocó el incendio pero Calle cree que pudo venir de un terreno vecino en el que tenían ganado.
Afortunadamente no se han presentado nuevos flagelos en la Reserva de Yunguilla. Tienen instaladas cámaras trampa y los guardaparques hacen un monitoreo diario. De esa forma se ha evitado el ingreso de extraños que han llegado con carabinas para cazar.
La presencia de Enrique Calle también es un aliciente para los matorraleros que cada mañana esperan que el hombre surta con panes y naranjas dos comederos bien identificados. Es justamente en esos sitios donde pajareros nacionales y extranjeros, que llegan a conocer a la rara especie, realizan avistamientos con un 100 % de posibilidades de verla.
Cada año un equipo de la Fundación Jocotoco recorre minuciosamente la reserva de Yunguilla para realizar un censo del matorralero. Siempre participa el guardaparques, don Enrique Calle (foto).
“El redescubrimiento del matorralero cabecipálido muestra que aún no conocemos mucho sobre los patrones de biodiversidad en el país”, asegura el director general de la Fundación Jocotoco, Martín Schaefer. Para él, más importante aún que el redescubrimiento de una especie que se pensaba extinta, es asegurar su conservación. Esto tiene un enorme impacto positivo no solo en Ecuador sino a nivel internacional.
Según explica Schaefer, en el mundo solo se conocen unas veinte especies de aves que fueron salvadas por humanos y “la mayoría de ellas son casos que no están tan bien documentados como el matorralero”. Así mismo, añade que “la enseñanza más valiosa que nos dejan los estudios del matorralero cabecipálido es que nunca, realmente nunca, deberíamos perder la esperanza. Aunque las probabilidades tal vez no se ven muy alentadoras, nosotros como seres humanos podemos tener un gran efecto. Podemos salvar especies con poblaciones muy pequeñas y podemos mejorar nuestro medio ambiente”, concluye.
*Foto de portada: Aldo Sornoza/Fundación Jocotoco
Un texto de La Historia para Mongabay Latam.