Los páramos son como seres vivos para los pueblos kichwas que habitan en la sierra central ecuatoriana, o al menos solían serlo para sus ancestros, que conocían una serie de leyendas sobre las relaciones y aventuras de los macizos. Una en particular, que daba cuenta de la amistad que mantenían el cerro Saguatoa y la ‘mama’ Tungurahua, y de los regalos que se hacían cada vez y cuando, salta a la memoria de Vicente Chato, dirigente de la comunidad de Ambatillo Alto, en el cantón Ambato, provincia de Tungurahua. Es en este paraje andino donde se ha creado toda una cultura de conservación del páramo que involucra la participación de distintos actores sociales y que tiene como reto encontrar una fórmula que convierta esa protección de la naturaleza en bienestar económico para las familias.
Según testimonios de dirigentes indígenas recogidos por Mongabay Latam en Tungurahua, desde los años 80 varias comunidades comenzaron a desarrollar iniciativas particulares para el cuidado del páramo. Esto, al notar que la expansión de la frontera agrícola y la presencia de vacas, chanchos, ovejas y chivos, estaban provocando un decrecimiento de los caudales de agua de los que se abastecían. “Empezamos de manera empírica y ahora hay una decisión de conservación en la comunidad”, sostiene Chato. Esas prácticas desembocaron en la generación de una política provincial de conservación que empezó en el año 2006, según comenta el dirigente de la comunidad de Llangahua y actual vicepresidente de la Confederación Nacional de Indígenas del Ecuador (Conaie), César Tixilema. “Fue con experiencias que ya se tenían en las comunidades, no fue espontáneo. Eso se aprovechó para hacer un modelo en la provincia y hacer los planes de manejo de páramo. Tal es así que en mi zona fue el (proyecto) piloto”.
Tungurahua es una de las provincias más pequeñas del país y uno de sus principales problemas es la sobrepoblación. Tiene 3339 kilómetros cuadrados de superficie y una población de más de 550 000 habitantes, lo que genera una densidad poblacional que supera los 160 habitantes por kilómetro cuadrado, según explica el secretario técnico del Fondo de Páramos Tungurahua y Lucha contra la Pobreza, Oscar Rojas, quien añade que esa situación desembocó en un problema de disponibilidad de agua. “Según el inventario hídrico realizado en Tungurahua en 2004, había un déficit hídrico en esta cuenca donde está (la capital provincial) Ambato de aproximadamente un 40 % en época de estiaje, lo cual es altísimo”, continúa Rojas, y hace énfasis en que el páramo es la principal fuente de agua de la provincia.
Con estos antecedentes, en junio de 2008 se conformó el Fondo de Páramos, que es un fideicomiso mercantil constituido por la Prefectura, los principales movimientos indígenas de la provincia y las empresas públicas de agua y energía. “Se venía pensando mucho tiempo atrás en tener un mecanismo que por un lado garantice que la gente que habita junto al páramo acceda a formas de vida que le permitan garantizar su derecho al desarrollo, pero por otro lado que les permita contribuir a la conservación del páramo como fuente de agua para todos”, dice Oscar Rojas. Añade que el objetivo era “fortalecer lo que ellos venían haciendo y darles un valor agregado para que esto se siga desarrollando de manera permanente, contando con una instancia que a nivel financiero atienda esas demandas”. Se trata del único fondo de este tipo a nivel nacional.
Pero para comprender la distribución de tierras entre los indígenas de Tungurahua, hay que conocer su historia. César Tixilema relata que hasta mediados del siglo pasado parte de la provincia estaba dividida en haciendas, en las que trabajaban en condiciones cercanas a la esclavitud. “Desde las décadas de los 60, 70 se inició la recuperación de las tierras a través de la reforma agraria, pero en ese tiempo no había la idea de la importancia de la conservación. Solamente era recuperar tierras y empezar a producir para poder mejorar la situación de las familias indígenas que siempre habían trabajado para el dueño de la hacienda y no tenían nada propio”. Entonces se dio el proceso de adquisición de los terrenos, que se hizo a través del antiguo Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria (IERAC). “Eso permitió ir generando núcleos organizativos como comunidades y asociaciones”. Tixilema indica que en su zona había diez haciendas, que se convirtieron en diez comunidades que se adjudicaron esas tierras. “En algunas comunidades lo dividieron todo y lo entregaron a los socios. En otras quedó la parte cultivable, entregada a las familias y luego quedó el área comunal de montaña”, explica el dirigente, y añade que en esas áreas que quedaron a título comunitario se desarrollaron en lo posterior iniciativas de conservación, cuando el agua de las vertientes empezó a secarse.
Iniciativas que nacen de las comunidades
En el caso de la comunidad Llangahua, a la que pertenece César Tixilema, 2200 hectáreas fueron destinadas a huertos familiares y 6600 hectáreas quedaron dentro del área comunal. Según cuenta el dirigente indígena a Mongabay Latam, en esta última parte tuvieron un problema de invasión de chanchos que pertenecían a un grupo de moradores. Llegaron a ser cientos y destruyeron los humedales en distintas zonas. Además, Tixilema asegura que como muchas otras comunidades cayeron en el error de reforestar con pino -dentro de un programa fomentado por el Estado- lo que contribuyó a la desaparición de muchas vertientes. Entonces comenzaron a organizarse y a establecer normas para cuidar el páramo, entre las que estaban la eliminación de los animales de las zonas altas y la prohibición de quemar los pajonales. Era una forma de rescatar la tradición indígenas de cuidado del páramo. El cambio fue más que notorio: la regeneración natural del colchón de agua que recubre el páramo y el incremento del caudal en las acequias. “Eso nos motivó a pensar en una forma de conservación”.
El Vicepresidente de la Conaie comenta que esos resultados permitieron que la gente de su comunidad acepte la introducción de cambios. En lo posterior y ya dentro de los proyectos del Fondo de Páramos, Tixilema cuanta que se elaboró un plan para delimitar la frontera agrícola, mejorar la calidad de las semillas, los pastos y los cultivos. “Incluso mejorar las razas de ganado”.
Experiencias similares se vivieron en la comunidad de Illagua Grande, de la parroquia Quisapincha, cantón Ambato, donde a día de hoy se lleva adelante la reforestación del páramo con plantas nativas. Esto en el área comunal que supera las 6000 hectáreas. “Estamos trabajando en los páramos Ambatillo, Quisapincha y San Fernando”, comenta el dirigente Juan Toala. Mientras que Jacinto Toalombo, perteneciente al Pueblo Tomabela, que a su vez hace parte de la nacionalidad kichwa, habla de una iniciativa agroeconómica que se desarrolla en su parroquia Santa Rosa de Ambato. “Las familias están implementando parcelas de plantas aromáticas para poder ser parte de una comunidad productiva y que esperamos a futuro, sea una producción procesada con un valor agregado”. Toalombo hace énfasis en que los páramos son las montañas que regulan la temperatura, el ecosistema y mantienen la humedad. Que son el legado de las generaciones ancestrales: “Los pueblos comprendían perfectamente que el páramo era la garantía de vida de sus habitantes”.
Oscar Rojas menciona otros proyectos. Uno de ellos es una vaquería en la parroquia Pasa, cantón Ambato. “Incluye 100 hectáreas de espacio para fortalecer el sistema ganadero, donde se espera incorporar pasto mejorado y 100 vacas de buena calidad. Además del establo y todo el sistema automatizado de ordeño”. Hasta el momento el Fondo ha financiado 150 000 dólares. “En esta zona de Pasa recién hemos inaugurado un centro de acopio de leche. Con esto buscamos que este centro esté vinculado a una empresa ancla, de tal forma que se garantice un flujo constante de leche y un pago permanente a un valor justo”. Además hace referencia a otro proyecto de producción de alimento balanceado al oriente de la provincia, en la parroquia Baquerizo Moreno, perteneciente al cantón Píllaro. “Allí la gente busca beneficiarse con el mejoramiento de sus animales pequeños y también del ganado para incrementar la producción. Ellos han dejado 340 hectáreas de páramos para conservación absoluta y en respuesta a ese gesto de conservación es que estamos interviniendo”, sostiene.
Todos los proyectos procuran disminuir la presión sobre el páramo y además tienen cuidado para no dañar el entorno. Por ejemplo, en el caso de la vaquería se ha trabajado en delimitar el área de pastero y las condiciones sanitarias para el transporte de la leche, con el reemplazo de recipientes plásticos con recipientes de aluminio. Además del componente de sensibilización ambiental a través del programa Futurahua. En el caso de Baquerizo Moreno, se desarrollan capacidades técnicas para producir el balanceado sin afectar el medio ambiente y las familias que habitan en la parte alta han establecido un cordón para evitar la expansión de la frontera agrícola. En este último caso se organizó un grupo artesanal y se legalizó una zona del páramo denominada “El Indiviso”, rica en vertientes de agua y biodiversidad.
Los planes de conservación del páramo trascienden a iniciativas de ecoturismo que generan recursos propios para las comunidades. Un ejemplo es el proyecto que se desarrolla en el sector Chuquibantza, ubicado en la parroquia Pilahuín, cantón Ambato; donde los moradores se han organizado para ofrecer a los visitantes recorridos guiados por el páramo. Esto dentro de las 6313 hectáreas que pertenecen a la comunidad y han sido declaradas como zona de conservación. La oferta es variada y va desde tours diarios que cuestan 10.5 dólares por adulto (7.5 dólares por niño) e incluye paseos por el bosque andino de Chuquibantza, Yanasacha, el cerro Casahula o el embalse Mulacorral, por citar algunos sitios, además de almuerzo y refrigerio.
También existe la posibilidad de pasar la noche en dos cabañas administradas por el Comité de Turismo Comunitario de Llangahua, y de participar en la preparación de un tipo de cocina ancestral denominado “Pachamaka”. Tanto el gobierno provincial de Tungurahua como el Instituto de Ecología y Desarrollo para las comunidades Andinas (IEDECA), apoyan el proyecto.
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El 41% de la superficie de Tungurahua corresponde a zonas de páramo según explica Rojas. Esto equivale a 136 000 hectáreas, de las cuales, 86 000 hectáreas son parte del sistema nacional de áreas protegidas pues están dentro de los límites del Parque Nacional Llanganates, el Parque Nacional Sangay y la Reserva de Producción de Fauna Chimborazo. “Las 50 000 (hectáreas) restantes son nuestro gran desafío porque se encuentran en manos privadas, manos comunitarias y son más susceptibles a que puedan ser deterioradas”, sostiene. De esas 50 000 hectáreas contempladas dentro de los planes de manejo, Rojas asegura que han superado las expectativas y han llegado a un compromiso de conservación de 33 000 hectáreas, lo que supera en un 60 % la superficie con potencia de conservación. Cuando el fondo empezó lo hizo con 7000 hectáreas protegidas.
Oscar Rojas explica que el Fondo recibe 560 000 dólares anuales de parte de las instituciones y movimientos indígenas que constituyen el Fideicomiso, y que es la prefectura la mayor aportante con 300 000 dólares. De ese monto, “el 60 % de aportes se invierte generando un patrimonio creciente”, mientras que el 40 % se destina al financiamiento de los planes de manejo y apoyo a las comunidades. Según indica, dichos planes “son estas herramientas de planificación creadas por los mismos indígenas. Ellos han establecido cuáles son las acciones a nivel económico productivo que según ellos se debería financiar de manera prioritaria para incrementar el ingreso de las familias beneficiarias”.
“Queremos que los proyectos lleguen a más familias”
Aunque los dirigentes indígenas tungurahuenses consultados por Mongabay Latam están entusiasmados con las experiencias de conservación del páramo y ven como positivo que el Fondo para Paramos y Lucha contra la Pobreza esté llegando con proyectos a la mayoría de las comunidades rurales, mantienen algunas inquietudes respecto la ejecución de los recursos. Entre las principales está que varios proyectos se hacen a través de fundaciones, lo que a su criterio resta empoderamiento a las comunidades y gobiernos locales que deberían ser los ejecutores. En parte porque se contratan técnicos externos cuando existen esas capacidades al interior de algunas comunidades. Además, sostienen que los proyectos llegan un grupo limitado de familias y no abarcan a toda la comunidad. El último reparo es que haya restricciones en las actividades a realizarse en los páramos en cuestiones como la expansión agrícola, cuando aún existe mucha pobreza en la zona rural. Es decir, que no se haya encontrado aún el equilibrio entre conservación y bienestar comunitario.
Para la encargada del tema páramos de la organización Acción Ecológica, Natalia Bonilla, la verdadera amenaza sobre el páramo viene a raíz de la agroindustria, que se expande en las zonas bajas de las montañas. “Cuando se da esta presión, las pequeñas fincas van subiendo a las tierras más altas, entonces se va perdiendo el páramo”, comenta y añade que “desde la década anterior ha habido fuertes incentivos a las plantaciones forestales, a los monocultivos de pino y eucalipto sobre todo en los páramos, que han sido plantados de forma no técnica, sobre los 3000 metros”. Bonilla resalta la importancia de la no expansión agrícola en ese tipo de ecosistema sensibles. “Los páramos son la fuente de captación del agua. En la parte alta está todo esta serie de plantitas que son muy pequeñitas y están extremadamente adaptadas a la altura y el suelo. Son como unas almohadillas que van reteniendo el agua, esto se va condensando y esa condensación da como resultado ojos de agua que al mismo tiempo van filtrándose hasta formar riachuelos y a su vez ríos”, sostiene. “No es que solamente las tierras que están inmediatas al lado de los páramos se benefician, sino todo un país. Es importantísimo su papel como regulador del cambio climático, como regulador de los ciclos del agua” continúa y agrega que los ecuatorianos “somos totalmente dependientes del ecosistema páramo”.
Oscar Rojas recibe de buen ánimo las observaciones, y en conversación con Mongabay Latam indica que los proyectos avanzan a distinto ritmo. “Tenemos proyectos que hacemos con organizaciones de segundo grado y otros que los hacemos directamente con el GAD parroquial. Tenemos proyectos como el de Pasa donde la inversión del Fondo solo el año pasado fue de 150 000 dólares, pero tenemos otros proyectos donde la inversión solo es de 10 000 dólares”. En ese sentido, explica que para la ejecución se necesita una estructura socio organizativa fuerte, “de modo que garantice que la inversión que se vaya a realizar sea conforme la normativa y que abarque a quienes verdaderamente son parte integral de ese proceso de conservación del páramo”. Añade que no se puede premiar a quien acabó con su cobertura vegetal y darle el mismo tratamiento a quienes sí han cuidado, “porque estaríamos ocasionando que no haya ninguna valoración por la conservación”. Rojas sostiene que también hay organizaciones que han demostrado una buena capacidad de gestión, “donde no ha sido necesario ni tener fundación ni tener gobierno de por medio. Lo han hecho directamente y lo han hecho muy bien”.
Finalmente comenta que a partir del 2018 tendrán 16 planes de manejo, nueve más que en 2017 y que fortalecerán el programa de educación ambiental para niños llamado Futuragua, y que ejecutan en convenio con la sede del Ministerio de Educación de Tungurahua. Incluso muestra entusiasmado un disco de canciones infantiles de la naturaleza, que se hizo con el apoyo de la Unión Europea a partir de poemas sobre el agua que realizaron los pequeños inmersos en el programa. “Corre nevados, ríos y valles (o-e-o), por las montañas y en los páramos (e-o). Es vitalidad, pura frescura, que recorre el planeta. Líquido vital en volcanes, nevados, ríos y mares brotará”, dice parte de la canción Agua Fresca de la niña Blanca Medina.