Por Jackeline Beltrán
Especial para La Historia
En el parque hay cinco redes de ecuavóley, dos docenas de jugadores –más hombres que mujeres-, dos jóvenes con la camiseta del Barcelona (de Guayaquil), señoras jugando cuarenta y una mujer que vende morocho con empanadas. Hay ambateños, quiteños, cuencanos, machaleños. Por el frío, la escena parece sacada de un barrio de la Sierra ecuatoriana. Solo parece. El parque se llama San Isidro, está ubicado en el distrito de Carabanchel, el segundo más grande de Madrid.
Carabanchel tiene más de 250.000 habitantes, siete barrios, una plaza de toros, la cárcel edificada en la dictadura de Franco, dos grandes centros comerciales, su propio McDonald’s… Es como una pequeña ciudad dentro de Madrid. Y tiene a la población ecuatoriana más numerosa de la capital española (4.072 habitantes).
Un sábado de marzo, cuando los últimos días del invierno madrileño todavía obligan a llevar ropa abrigada, una mujer menuda y de piel canela llega con una bolsa de supermercado y se ubica a un costado de la cancha. De la bolsa se escapa un vapor con olor a dulce. “¡Morooocho, morocho con empanadas, morooocho!”, grita la mujer mientras sirve un vaso de 1,25 euros.
Su nombre es Lilia Venegas, quiteña, 50 años y doméstica a tiempo parcial. Llegó a España hace 17 años y desde hace cuatro, cuando ya no completaba las ocho horas en el trabajo y sus ingresos se redujeron, es también vendedora ambulante.
Aunque el Gobierno español sostiene que la crisis ya ha sido superada, España está marcada por la precariedad laboral. Es el segundo país de la Unión Europea con más desempleo de larga duración y cuando se trata de los migrantes hay ciertas particularidades.
La mayoría de los ecuatorianos en España (un 64 %) se sigue ocupando en trabajos manuales de muy baja cualificación: peones en la industria, la agricultura, la construcción y los servicios. Además el mercado laboral está claramente sesgado por género. Por ejemplo, cuatro de cada diez ecuatorianos trabajan en el servicio doméstico; tres son mujeres.
Las empleadas no cobran el seguro por desempleo, pero son las que más han resistido a la crisis. Cuando las migrantes latinoamericanas llegaron, no tuvieron mayores dificultades para conseguir trabajo, porque lo hicieron en actividades que no eran ocupadas por las mujeres españolas. Y la situación no ha variado mucho desde entonces.
El siguiente fin de semana, menos frío por la cercanía de la primavera, Lilia está en el parque Manzanares. Allí ofrece, además de morocho, canelazos, cerveza, hornado y mote choclo.
-¿Se vende bien la comida?
-Sí, con el riesgo de que la Policía nos quite.
Refunfuña Lilia mientras apresura el paso porque el partido de fútbol de un equipo ecuatoriano ha terminado y tiene que levantarse a ofrecer cervezas a los jugadores. Lilia es una mujer ágil: ordena a una amiga que sirva una tarrina de hornado, entrega cinco cervezas, cuenta los euros que acumula en su delantal, responde preguntas y no deja de quejarse. De vez en cuando interrumpe la conversación con un grito sonoro: ¡caneeeelas, caneeeelas, morochos!
Vuelve a quejarse. El día anterior le quitaron todo lo que llevaba: comida, termos, cigarrillos y dice que hasta dinero.
-Pero, mire, aquí estoy. Aquí uno tiene que ser fuerte de carácter, porque si no, le comen la camisa.
“Para nosotros, el modelo es que las mujeres son unas heroínas. La esposa sigue teniendo su trabajo, es la que más combate por la defensa de su familia, de su vivienda”, dice el embajador ecuatoriano Miguel Calahorrano. Eso se explica porque un alto porcentaje de migrantes –hombres- trabajaba en la construcción y con la crisis se fueron a la calle.
¿Por qué, a pesar de estas realidades, hay migrantes que prefieren quedarse? “Desde la antigua Senami pensaban que gran parte del colectivo iba a plantearse retornar en un contexto de crisis en España. No ha sido así, porque por mucho que se haya dado un periodo de bonanza en Ecuador, las expectativas son limitadas”, dice el investigador Gorka Moreno.
Pero el paro también ha sido para algunos la oportunidad de salirse de esas estadísticas.
Este artículo forma parte del reportaje Ecuatorianos en tiempo de crisis: “Me quedo en España”. Siga leyendo: