Que hubo golpes. Que sobró la represión y el abuso. Que entre los agredidos hubo niños, mujeres, hasta una embarazada. Que todo esto puede constituir incluso un delito de lesa humanidad, ejecutado por el gobierno de Ecuador. A gritos se expresaba así, como para que lo escuche todo el mundo, el cubano Juan Antonio Peña Pérez, quien estaba indignado al pie de la oficina de la Unidad de Flagrancias de la Fiscalía, en Quito, quince horas después del desalojo que ejecutó la Policía en el parque El Arbolito, que se había constituido en el Campamento Cuba, no muchos días atrás. Y fue bautizado así, por evidentes razones: allí estaban 600 o 700 cubanos acampando, durmiendo en carpas como si de gitanos se tratasen, soportando un frío intenso inusual para Quito en estas fechas y que, para ellos, caribeños, se convertía en una tortura. Una más de las que, dicen, han soportado en Ecuador. Un sacrificio que para ellos valía la pena: buscaban presionar para que México les apruebe sus visas de entrada a ese país, solo de paso, para llegar a su objetivo final, su sueño de siempre, Estados Unidos.
Varios medios de comunicación en Miami, con posición anticastrista, recogieron estas versiones.
Los voceros del gobierno ecuatoriano salieron de inmediato a desmentirlo todo. A decir que se trató un operativo casi rutinario de migración y de control de documentos, encontrándose, en efecto, con extranjeros que no tenían su documentación en regla. Por eso se llevaron detenidos a 63 de ellos en buses de la Policía, directo a la Fiscalía, la oficina que investiga delitos, como que si esas personas fuesen sospechosas de haber cometido alguno. Todo esto en Ecuador, país que proclama los derechos de ciudadanía universal y donde el presidente Rafael Correa ha dicho que «ningún ser humano puede ser considerado ilegal».
El tema de fondo reúne una compleja mezcla de migración y política. Los cubanos desalojados son anticastristas, no quieren pertenecer más al sistema implantado por los hermanos Castro y por eso salieron de Cuba. Muchos son profesionales que llegaron hace años al Ecuador y empezaron a intentar una nueva vida en Quito. Algunos la consiguieron. Poco a poco, el barrio Florida, del norte de la Capital, se convirtió en el barrio de los cubanos. Llegaban por cientos, por miles, y en ese tiempo, al gobierno de la Revolución Ciudadana parecía no molestarle.
Simultáneamente también llegaban, por cientos, cubanos del ala castrista. Los profesionales enviados por la Revolución Cubana que eran contratados por el gobierno de Ecuador y quienes dicen, públicamente, estar satisfechos. Ambos bandos consiguieron una convivencia pacífica en tierra ajena.
Ahora las cosas han cambiado. Los disidentes ya se quieren ir, han entregado sus departamentos y han empezado a vender sus enseres. No quieren saber nada más de Ecuador y han retomado su objetivo inicial: llegar a Estados Unidos. Tienen sus razones, algunas de las cuales dejan mal parada la imagen de apertura con los extranjeros que tienen los ecuatorianos. Algunos acusan de xenofobia, de explotación, de estafa. Se sienten maltratados. Humillados.
Cuentan que su acento los delata y es una invitación abierta para que cualquiera se aproveche de ellos o, simplemente, los ignoren. Eso dice una licenciada en enfermería que ha rodado de clínica en clínica, trabajando por lapsos de apenas 3 meses. Pasado ese tiempo, en que tiene que definirse su continuidad laboral, la echan. Así nunca recibe los pagos completos, no es afiliada y su inestabilidad es permanente.
Un abogado cubano, de La Habana, la ha pasado peor. Él dice que nunca ha ejercido en nuestro país y eso que la Senescyt reconoció su título profesional. De nada sirvió. Ha podido sobrevivir, básicamente, de mesero. Con muy mala paga. De ocho a diez dólares por día, trabajando en ocasiones hasta doce horas por jornada. ¿Pago de horas extras? Se ríe. Cuando algunos ecuatorianos se proponen ser buenos explotadores, lo consiguen fácilmente, es su respuesta.
De esas historias hay más. Un ingeniero que está acreditado para ejercer localmente, nunca ha podido desarrollar sus destrezas en la construcción. Escuchó que buscaban profesionales para la construcción del Metro de la capital y fue con su carpeta. ¿Cubano? No, gracias, fue la respuesta que dice recibió. O el relato que hace un ex boxeador, hoy entrenador, que se declara con impotencia un perseguido político. Su nombre es Eliecer y ya no recuerda la cantidad de trabajos de los que fue despedido, casi siempre a los tres meses, sin mayor explicación. También lo han confundido con ladrón por su raza negra y, de remate, fue atropellado por un taxi que le causó doble fractura de la tibia. «Estoy completo», dice. Con muletas y todo, acompaña la protesta de sus compatriotas y está pendiente de la suerte de los que fueron detenidos.
En esas condiciones deplorables, ¿cómo sobreviven? Con remesas de sus familiares que llegan desde Estados Unidos, repiten casi en coro los protagonistas de estos capítulos. Unos, con suerte, recibían hasta USD 1000 mensuales; otros, USD 500, USD 300, hay de todo. Pero hasta la generosidad familiar tiene límites y el flujo comenzó a secarse. La desesperación llegó de inmediato.
Lo que piden los cubanos no es nada sencillo de complacer, ha dicho el Canciller Guillaume Long. Ecuador no se puede convertir en un facilitador de tráfico de personas, por poner una de las razones que expuso el funcionario. Tampoco puede obligar a México para que les otorgue visas. De hecho, México ya negó rotundamente esa posibilidad. Estando ya en el limbo, los cubanos fueron a su Embajada en Quito apenas 24 horas antes del desalojo, pero ni siquiera fueron recibidos. Tampoco fueron en un tono muy conciliador. «Abajo los Castro» y «Que mueran los dictadores», fueron parte de las consignas. Las diferencias políticas han marcado distancias insalvables. La embajada cubana sí les envió un mensaje, por escrito: los que se quieran volver a Cuba, que se vuelvan. No tienen ninguna restricción.
Liderando las marchas por las calles de Quito estuvo Efraín Sánchez Mateo, un psicólogo cubano que viajó en abril a Portoviejo para dar charlas de recuperación a las víctimas del terremoto. Las últimas semanas las dedicó al activismo por las visas a México y con megáfono en mano, lanzaba proclamas. Ahora está detenido, señalado de haber agredido a un policía. Su situación era regular en el país.
Se ha dicho que todo este apuro de los cubanos se da desde el inicio de relaciones diplomáticas entre su país y Estados Unidos, que podría cambiar radicalmente la política de acogida hacia ellos que tiene la potencia del norte. Actualmente, cubano que pisa Estados Unidos, cubano que puede quedarse legalmente en ese país. También se ha dicho que esta protesta, que empezó en las afueras de la embajada de México en Quito, fue movilizada por la Policía hasta el parque La Carolina y después, finalmente, al parque El Arbolito, no es otra cosa que una manipulación política. Eso sostiene la Asociación de Cubanos Residentes en Ecuador, ACURE, que deslegitima todas las acciones de protesta que han desarrollado sus compatriotas, a quienes acusa de tener intereses dudosos, en un comunicado que publicaron en su página de Facebook:
«Existen actualmente grupos de cubanos aquí en Ecuador con intereses dudosos, manifiestan que no tienen recursos y por eso quieren emigrar hacia Estados Unidos, sin embargo ¿quién financia su estadía en el país?, dudosa situación. En un contexto donde los gobiernos de Estados Unidos y Cuba se encuentran en proceso de diálogos por la normalización de las relaciones entre ambos países, hay que destacar que Estados Unidos ha destinado más de 750 millones de dólares del presupuesto federal, para financiar programas que atentan y desacreditan a nivel internacional a la Revolución Cubana.
Los cubanos concentrados en el parque “El Arbolito” de Quito, no deberían dejarse arrastrar por los que desde posiciones cómodas, azuzan el odio y la desesperación entre los cubanos, motivados por la búsqueda de protagonismo o peor para desestabilizar la tranquilidad cubana y ecuatoriana, como mismo pasa en Cuba con grupos contrarrevolucionarios internos que intentan desestabilizar a la Revolución Cubana.
Como se ve y se sabe, las dos partes se llevan muy mal. Por ahora, los cubanos que fueron detenidos y no tienen su permanencia legalizada en el país serán deportados, anunció el ministro del Interior José Serrano, sin ninguna contemplación. Una posibilidad que los isleños rechazan porque su objetivo es otro, el de siempre: llegar a los Estados Unidos, reunirse con sus familiares y comenzar una nueva vida.