Jonathan y Yuleisi no se conocen pero comparten la misma historia. Ambos son estudiantes de Periodismo de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Guayaquil (Facso). Jonathan va en quinto semestre, Yuleisi en Séptimo. Acuden al mismo campus pero no habían coincidido antes. Jonathan quería ser enfermero, Yuleisi abogada. Ninguno periodista. Pero era eso o quedarse sin carrera universitaria. Jonathan es de Quevedo, Yuleisi de Guayaquil.
Aunque ambos jóvenes, graduados en colegios fiscales, rindieron en dos ocasiones el Examen Nacional para la Educación Superior (ENES), no lograron hacerse con un cupo para estudiar la carrera de sus sueños, ni siquiera para enrolarse en alguna afín. En un primer intento a Jonathan le salió la opción de estudiar en la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad de Guayaquil e inició el pre en una carrera de nombre largo que ya no recuerda con exactitud. Se botó al poco tiempo porque no le despertó ningún interés y de paso, le deprimía pasar a diario frente a las aulas de Enfermería. A Yuleisi en cambio, le ofrecieron un cupo en Blibliotecología, pero no lograba imaginarse pasando el día en una biblioteca y lo descartó de entrada.
Yuleisi tenía bien marcada su vocación desde temprana edad. Quería ser abogada para defender a las mujeres maltratadas. Su madre era parte de ese grupo. “Cuando era pequeña mi papá era un poco violento, entonces a mi no me gustaba que le pegara a mi mami y me metía siempre. Esa es una marca que nunca olvidaré”, expresa la joven, que se confiesa reservada en sus asuntos personales pero a la vez, sincera. “No es algo que ando contando pero si me preguntan, no tengo vergüenza en decirlo porque es la verdad”.
Jonathan y Yuleisi coinciden en que si hubiesen tenido dinero para estudiar en una universidad particular la carrera que querían, no estarían teniendo esta conversación. Incluso Jonathan barajó la posibilidad de trabajar un año y estudiar otro, y así costearse la licenciatura, «pero al final me di cuenta que iba a peder el hilo de la carrera». Finalmente ambos se sometieron a un nuevo examen ENES y la única carrera a la que pudieron optar fue Comunicación Social. Lo pensaron largamente, ya habían estado algún tiempo fuera de las aulas. A final, aceptaron con un click.
Por ahora, las mentes de estos jóvenes no paran de repasar las alternativas para su futuro. Jonathan cuenta que siente afinidad por la Fotografía y la Producción Audiovisual, y que por allí podría surgir alguna oportunidad laboral.
– ¿Podríamos decir entonces que ese sueño de ser enfermero ya está descartado?
– No, no. Quiero terminar esta carrera para ya con mi propio dinero sustentar mi otra carrera. Ese es mi sueño, y si la Comunicación Social me puede ayudar, bienvenida sea.
Juleisi por su parte, asegura que le llama la atención al actuación como oficio, pero si las cosas no se dan, podría probar suerte en la locución, las relaciones públicas y en las redes sociales como Community Manager. Y tiene una última opción, aprovechar que tendrá un título de tercer nivel para unirse a la Marina y así cumplir con los deseos de su mamá, «que siempre quiso ver a una de sus hijas de uniforme blanco». Eso sí, no ha olvidado sus ganas de ayudar a las mujeres maltratadas y espera ocupar sus tiempos libres para apoyar ese tipo de causas, aunque ya no como carrera, como lo había soñado desde niña.
Los casos de estos jóvenes no son aislados. Hablado solo del curso de Yuleisi, casi la mitad de los 15 estudiantes que asistían a su última clase de Comunicación Multimedia, alzaron la mano a ser consultados sobre quiénes eran los que seguían la carrera sin habérselo planteado. Entre ellos habían algunos que anhelaban convertirse en psicólogos y diseñadores gráficos, pero tampoco lograron conseguir un cupo universitario.