Por Redacción La Historia*
Jenny Suárez tiene 37 años, cinco hijos y una madre con discapacidad severa a su cuidado. Las circunstancias no le permiten trabajar, por lo que subsiste junto a los suyos de un bono mensual de cien dólares y lo que aporta su padre de 68 años, quien trabaja de sol a sol en un taller de ebanistería y apenas gana sesenta dólares semanales. «Tiene 40 años trabajando en carpintería y le pagan como novato», se lamenta Jenny, mientras sostiene al menor de sus vástagos, de tres años, en brazos. El pequeño tiene bajo peso y anemia, y no es para menos. En su hogar los alimentos escasean y los pocos ingresos se destinan a comprar lo más básico: arroz, aceite, azúcar, pan y algo de pescado que consumen de dos a tres veces por semana. ¿Carne? «Imposible, es demasiado cara, un lujo para nosotros».
La familia de Jenny es una de las tantas de la parroquia Atahualpa (Santa Elena) que se enmarcan dentro de las estadísticas de pobreza por ingresos, donde sus integrantes sobreviven con menos de USD 2,85 al día. Una realidad que se agudiza y golpea al 32% de los hogares del país. Además, el más pequeño de la casa padece de desnutrición crónica infantil, un mal que ataca a uno de cada cuatro niños ecuatorianos menores de cinco años. Pero no todas son malas noticias. El hijo de Jenny fue seleccionado como parte del primer grupo del programa Creciendo Bien que impulsa Almacenes Tía junto a la Fundación Crezconut. Un programa terapéutico que se ha comprometido a sacar de la desnutrición crónica a 200 menores de entre seis meses y cinco años, distribuidos entre Atahualpa y Alausí (Chimborazo). Y esto es solo el comienzo.
«Queremos que este sea el inicio de un gran cambio en el país y que se puedan sumar más empresas y marcas a esta cruzada contra la desnutrición crónica infantil», aseguró Isabel Correa, Jefa de Relaciones Corporativas y Sostenibilidad de Almacenes Tía, en la presentación del programa. Según explicó, su enfoque es integral, pues además de las evaluaciones médicas a los niños y la entrega regular de alimento terapéutico, incluye un acompañamiento. «La idea es que salgan de esta problemática y no vuelvan a recaer por una mala nutrición. Por eso vamos a trabajar en un programa de capacitación con los padres, para que sepan de nutrición, de huertos en casa y de administración de recursos».
El programa va viento en popa y ya completó una valoración inicial a los niños de Atahualpa y Alausí, que incluyó el registro de su peso, talla, MUAC (circunferencia del brazo medio superior) y entrevistas a sus padres. Además se tomaron muestras de sangre a los pequeños seleccionados para realizar un estudio más profundo de su condición y definir su requerimiento calórico. En el caso de Atahualpa, la representante del GAD parroquial Ketty Soria está a cargo de la coordinación de los encuentros, que se realizan en el centro de capacitación de adultos mayores de la localidad. «Era algo que en verdad necesitábamos, estoy agradecida de que nos hayan incluido en el programa», asegura.
Es que la ebanistería, que es el principal oficio de los moradores de Atahualpa, se fue a pique a raíz de la pandemia y las familias subsisten entre la informalidad y la precariedad. Reflejo de ello es el caso de Betsy Suárez (40), quien vive con su esposo y cuatro hijos de entre 11 años y 7 meses en una casita de caña que levantaron junto a la de sus suegros. Betsy cuenta que sus únicos ingresos se reducen a unos cincuenta dólares semanales que consigue su cónyuge como ayudante de ebanistería y que muy de vez en cuando logra algún trabajo eventual como albañil. Que a veces hay para comer y otras no, pero se las tiene que ingeniar porque los niños no entienden de esas cosas. «Cuando hay, les hago un huevo cocinado como merienda, pero cuando no solo una coladita y un pan”. Ahora el menor de la familia, Yair, es parte del programa contra la desnutrición crónica infantil de Tía y Crezconut.
Otra familia golpeada por las necesidades y la informalidad es la de Jordana Shimbiuta de 19 años, quien tiene a la pequeña Dana de un año. Jordana no tiene ingresos ni el apoyo del papá de su hija, y vive de la ayuda que le da su abuelito que se dedica a arreglar bicicletas y sus tíos, que salen todos los días a la calle a buscarse la vida. La joven lamenta la falta de oportunidades en Atahualpa, así como la deficiente atención médica en el subcentro de salud de la localidad, y espera que su niña que tiene baja talla y peso se pueda recuperar con el tratamiento.
Pero, ¿en qué se diferencia este programa de otros? En palabras de la doctora Giuliana Escala, vicepresidenta de la fundación Crezconut, la diferencia fundamental es que se enfocan en el tratamiento de la desnutrición crónica en lugar de la prevención. Esto, a partir del uso de un alimento terapéutico que viene listo para consumir y que traen por primera vez al país. «Cada sachen tiene alrededor de 500 calorías, esta hecho de un material que resiste dos años sin refrigeración y temperaturas de hasta 40 grados», explica Escala y añade que el suplemento se usa a gran escala en países de África y también en la región, que está hecho a base de frutos secos, cuesta cuatro veces menos que leche terapéutica y además no requiere mezclarse, lo que evita inconvenientes en sitios sin acceso a agua de calidad.
El programa dura seis meses y tiene previsto la entrega quincenal de un lote de alimento terapéutico a cada niño beneficiario para su consumo diario. Además de una evaluación médica periódica y la recolección de los envases vacíos, para confirmar que no vaya a parar a otras manos. La expectativa es poder registrar la mejoría de los pequeños pacientes, que a día de hoy además de su bajo peso y estatura, son blanco de infecciones, resfríos y enfermedades gastrointestinales recurrentes. Así lo confirma Elida Martínez (20), una de las mamás. «Se me enferma cada vez y cuando. Pasa con gripe, tos, fiebre y casi ni come», dice sobre su pequeño Dilan de 3 años. La joven hace rendir al máximo los seis dólares diarios que gana su cónyuge vendiendo pan a los vecinos, pero no alcanza para mucho. «A veces compro diez centavos de coliflor, quince centavos de zapallo, cincuenta centavos de naranja y cuando hay, fruta y yogurt para el niño».
«Nuestro lema es: salvemos una generación perdida», sostiene Giuliana Escala, quién también es cofundadora de Crezconut, fundación que nació este 2022 con la ilusión cambiarle la vida a los niños que padecen por desnutrición crónica. «Dijimos, vamos a tratarlos, así sea que comencemos con 5, 10 o 20 niños, pero afortunadamente Tía apoyó la causa y empezamos con 200», comenta y añade que el precio por cada tratamiento, incluyendo las evaluaciones médicas y el seguimiento, es de USD 300. Lo que significa un aporte de Tía de USD 60.000. «Después de que tengamos los resultado del programa, vamos a hacer esa invitación a más empresas para que se sumen. Comenzamos con estos sectores pero nuestro objetivo es llegar a más lugares. Todos los que puedan aportar a este camino son bienvenidos», indica por su parte la jefa de Relaciones Corporativas de Tía, Isabel Correa.
*Artículo patrocinado