Por Jackeline Beltrán
Especial para La Historia
Un ruido estruendoso pone a correr a Cruz Zhimnay por toda la casa. Lo hace con dos teléfonos en las manos y una cara de susto. Hace cinco minutos, un pedazo del techo de la cocina se fue abajo y apenas un minuto antes el cocinero, Carlos López, estaba en donde ahora hay restos de ladrillos. Por eso Cruz lo abraza y agradece a Dios que esté bien.
Carlos trabaja en la cocina del restaurante Corazón Contento. Su dueña es Cruz Zhimnay, una sigseña de 51 años que vive desde hace 16 en Madrid. El local está en Tetuán, un distrito con espíritu latinoamericano. Una de sus principales calles, la Bravo Murillo, está abarrotada de negocios emprendidos por centroamericanos, con paredes empapeladas de anuncios de conciertos de salsa o vallenato, que contrastan con las tiendas de los chinos y los restaurantes árabes, que están regados por una buena parte de Europa ofreciendo el kebab como plato estrella. Tetuán es un encuentro de culturas.
Esa fue una de las razones para que Cruz instalara aquí sus dos negocios, porque además del restaurante, tiene una tienda de artesanías. La llamó El Sigsal, en honor a su tierra. El local es como una gran bodega de objetos perdidos, en donde se puede encontrar desde un collar amazónico hasta una porcelana asiática.
El Sigsal y Corazón Contento nacieron hace poco más de un año. Zhidmad estaba sin trabajo y aprovechó el tiempo libre para tomar los cursos de formación que ofrecen los Servicios Públicos de Empleo en España. Habían pasado dos años desde que la cadena de tiendas en la que trabajaba hizo un despido colectivo y ya no podía cobrar más prestaciones, entonces, con el apoyo de su esposo, un jubilado español, decidió emprender.
“Aquí hay pocos migrantes que han logrado emprender, porque se necesita dinero”, dice la mujer días después del accidentado encuentro en el restaurante. Esta vez está en su casa, en el norte de Madrid. Mientras prepara café con leche y pan tostado –un clásico desayuno español- habla con entusiasmo sobre su vida. Cuenta que llegó con sus tres hijos pequeños -que ahora ya son adultos-, que empezó a trabajar en casas, que así conoció a su actual esposo y que, a pesar de todas las dificultades, le ha ido bien.
-Por eso yo he decidido quedarme. Aquí, la calidad de vida, aunque estemos en crisis, es mucho mejor.
Pero esa no es la única razón que motiva a Cruz a quedarse. Hay algo más: un esposo español, dos de sus tres hijos viven allá, amigas en el barrio, sus negocios… Eso que se llama echar raíces.
“La población ecuatoriana vive 10, 15, 20 años acá. Es bastante tiempo y muchas veces cuesta adaptarse de nuevo a las costumbres y a los usos de Ecuador”, explica Juan Iglesias, investigador de la Universidad Pontificia de Comillas y coautor del estudio de la Embajada.
Por la decisión firme que muestran los ecuatorianos de no retornar al país, a pesar de su mala situación, el estudio sugiere que se deben fijar políticas de sostenimiento y salida a la crisis en España, explica el embajador Calahorrano, como ya ocurre con la asesoría legal para enfrentar los problemas hipotecarios.
Este artículo forma parte del reportaje Ecuatorianos en tiempo de crisis: “Me quedo en España”. Siga leyendo: