Daniela Aguilar
Bruselas, Bélgica
(Actualizado el 19 de marzo) El tren de la línea 5, que recorre Bruselas de este a oeste, hace su arribo a la estación Comte de Frandre del distrito Molenbeek. Se abren las puertas de los vagones y empieza a descender un grupo diverso de personas, que incluye a casi la totalidad de mujeres musulmanas que van a bordo. Algunas llevan bolsas con compras, otras niños pequeños de la mano. Todas, velo islámico.
Esa es parte de la rutina de Molenbeek, un barrio de creciente población musulmana incrustado en el corazón de Bruselas. A solo quince minutos a pie de la Gran Plaza y un costado del canal Charleroi. Un barrio deprimido y conflictivo al que apuntan todos los reflectores. Su estigma, ser considerado nido, cuna, refugio y santuario del terrorismo europeo.
En Molenbeek se planearon los atentados del 13 de noviembre en Paris que cegaron 130 vidas. El cerebro del sangriento ataque y único sobreviviente, Salah Abdeslam era originario del barrio al igual que otros dos ejecutores. Abdeslam cruzó la frontera entre Francia y Bégica pocas horas después de la masacre y todo indicaba que se atrincheró en el polémico barrio. Cuatro meses tardaron las Fuerzas Especiales belgas en localizarlo, y el viernes último, lanzaron una operación en el comuna que terminó con la captura del terrorista más buscado de Europa. Junto a él cayó uno de sus cómplice y tres personas pertenecientes a la familia que lo escondía en su departamento de la Rue de Quatre-Vents. Las últimas indagaciones apuntan a que Abdeslam planeaba un nuevo atentado en Bruselas.
Por el barrio también pasaron los yihadistas que acribillaron a la redacción del satírico francés Charlie Hebdo a inicios de 2015, y el autor del ataque al Museo Judío de Bruselas en mayo de 2014. Incluso el terrorista que abrió fuego dentro del tren de alta velocidad que cubría la ruta Amsterdam-Paris en agosto del año anterior, estuvo en Molenbeek unos días antes.
Y es que, de una u otra forma, todos los atentados con sello islamista convergen en Molenbeek. Así lo ha destacado el gobierno de Bélgica, que ha tildado a la comuna de «serio problema» para el país y ha hablado de «limpieza» y «represión». Posición que acrecienta el radicalismo según los entendidos en el tema. Solo en el barrio están registradas 24 mezquitas y funcionan otras tantas sin permiso, donde imanes del fundamentalismo captan combatientes. Por algo la prensa local calcula que de los 300 jóvenes belgas que acudieron al llamado del Estado Islámico en Siria e Iraq, 50 son de Molenbeek. Sus familias, aún transitan por la comuna.
Es jueves por la tarde y cae una llovizna alternada con granizo, en una ciudad que casi a diario se tiñe de gris. Las calles de Molenbeek ya no lucen cercadas por cordones policiales, como fue la tónica de los días que sucedieron al atentado de Paris, aunque la tensión y alerta se mantienen por inminentes nuevos ataques. El comercio fluye de a poco en las tiendas y fondas, casi todas gestionadas por inmigrantes. Un hombre con turbante regenta un almacén de abarrotes y una joven musulmana atiende la panadería. Otros negocios como farmacias y peluquerías, acompañan sus letreros con inscripciones en árabe. Es ese ambiente multirracial, del que se aprovechan los extremistas para pasar desapercibidos y sumar adhesiones entre el alto porcentaje de jóvenes que viven en la pobreza y el desempleo.
Distintos niveles de control
En las estaciones de tren de Bruselas, se ha vuelto recurrente la presencia de fuerzas de élite custodiando el perímetro. Pero la seguridad no va más allá de esos elementos disuasivos. Los pasajeros continúan subiendo a los trenes sin pasar por ningún control de equipaje y por lo general, la revisión de pasajes comienza una vez iniciado el viaje. Pasa en el tren de alta velocidad de Thalys que cubre la ruta Amsterdam-Paris, el mismo que en agosto de 2015 un yihadista abordó con un fusil de asalto, una pistola automática y nueve cargadores. Dos militares norteamericanos lo neutralizaron cuando iba a iniciar la carnicería y no hubo víctimas mortales que lamentar. El tirador se subió en la parada que hace el tren en la estación Gare du Midi de Bruselas. Había pernoctado en Molenbekk los días previos al ataque frutado.
Controles son más rigurosos se aplican a viajeros que llegan desde fuera de la zona Schengen. Por ejemplo, la aerolínea KLM, que conecta Amsterdam con Latinoamérica, ha instalado controles de seguridad exclusivos en la puerta de sus aviones que incluyen rayos X y detectores de metales. Y eso es solo el inicio. Una vez que se aterriza en la capital holandesa los controles no paran: revisión de pasaportes en la manga del avión, apertura aleatoria del equipaje de mano unos cuantos metros más adelante, nueva revisión de pasaportes con un pequeño interrogatorio incluido. Todo antes de llegar a Migración. De salida de Amsterdam, en cambio, el control se concentra en el filtro de seguridad del Aeropuerto de Schiphol, donde se escanea con minuciosidad cada bulto, y a la menor sospecha, lo desvía por otra banda para someterlo a revisión manual y detectores trazas de explosivos.
Todo para evitar el cometimiento de nuevos atentados, aunque queda claro que el gran problema lo tienen casa adentro.