Los ojos tienen memoria. Es solo una frase, pero al ver a Marco Peralta parece un hecho cierto. Irrefutable. La mirada de este sargento, héroe de la guerra del Cenepa, dice muchas cosas. Refleja historias. Y transmite dolor. A veces mira el presente. Pero el mayor tiempo vuelve al pasado, veinte años atrás. Esa es su condena, pero también su mayor orgullo. La eterna paradoja de gente que ha tenido que pagar un alto precio para sentirse en la gloria.
Ahora, Peralta -así lo llamaban en el Ejército- tiene 56 años. Vive en Quito, es un militar retirado y se siente enfermo. Desde que salió de las Fuerzas Armadas no ha podido dedicarse a ninguna otra actividad que no sea tratar de recuperarse. Difícil tarea para alguien a quien los médicos diagnosticaron psicosis de guerra. No pasa solo en las películas norteamericanas que hablan de sus héroes de Vietnam. Pasa en Ecuador y parece tan poco usual -no hay cifras- , que este mal es incomprendido. Mal atendido y tardíamente identificado por los encargados de velar por la salud de quienes han servido en su campo al país.
-No puedo sacarme de la mente la guerra. Me levanto sobresaltado por las madrugadas, tengo pesadillas…
¿Qué imágenes le vienen a la mente?
-La selva. Siempre la selva. Coangos. Es como si siguiera ahí. Es como si nunca me hubiese ido.
Coangos es uno de los destacamentos militares que tuvo Ecuador en su frontera con Perú, ubicado en la provincia de Morona Santiago. La última guerra que tuvieron ambos países ocurrió en 1995 -la Guerra del Cenepa -así, con mayúsculas se escribe en Ecuador- que sigue siendo considerado uno de los grandes triunfos militares de las Fuerzas Armadas ecuatorianas, con la posterior derrota aplastante en la mesa diplomática. Al menos eso dicen quienes estuvieron peleando en el frente, incluido el héroe de esta historia.
¿Qué marcó tanto al sargento Peralta?
La victoria tuvo su alto costo. El 11 de febrero de 1995 es considerado un día negro en la ya oscura confrontación armada, por el lado ecuatoriano. La versión oficial habla de una emboscada de los peruanos, que tuvo más de una docena de sacrificados. Prácticamente todos jóvenes, a quienes jamás se les hubiese pasado por la cabeza morir en una guerra. Pero pasó y desde entonces, todos ellos pasaron a convertirse en héroes, aunque en los tiempos de paz ya nadie recuerde sus nombres.
– Cuando fuimos a ese punto, encontramos los cuerpos. Fueron masacrados. ¿Qué sentiría si se encuentra con un muchacho, jovencito, sin un pedazo de su pierna, clamando ayuda? Cargué heridos, cargué cadáveres. Eso nunca se puede olvidar.
Y, en efecto, no lo olvida. Para el común de las personas perder la memoria es un problema. Para Peralta, recordar a la perfección es su calvario. Ese es el primer y más contundente síntoma de esta enfermedad mental. Llegaron los psiquiatras a tratarla. Y desde entonces, Peralta fue condenado a tomar pastillas de por vida. Tranquilizantes. Antidepresivos. Y aún así no se lo ve del todo bien. Su calma es artificial y lejana. Nada parecido al estado normal de una persona que se siente en paz.
Por momentos, sonríe. Como cuando relata hechos que a otros podrían parecer macabros.
-Un soldado le cortó la cabeza a un peruano y se la llevó. Cuando se formó en el destacamento, llevaba la cabeza en su mochila. Y frente al general Paco Moncayo, la tiró al piso, rodó. Le dijo: le ofrezco mi trofeo de guerra, mi general.
¿Qué hizo Paco Moncayo?
-¿Qué va a hacer? ¡Nada!
Y los momentos de esa época siguen fluyendo. Todo lo cuenta como si se tratase de cuestiones de rutina, no de una guerra. Le llega el turno al médico desertor.
-Era un oficial médico especialista. Tenía preparación. Pero ya en la guerra, fue otra cosa. No pudo soportar la presión, ver tantos heridos, la tensión del conflicto. Y desertó. Huyó del destacamento y terminó en los Estados Unidos. Pero lo devolvieron y fue juzgado por traición a la patria. Estuvo preso. Creo que sigue preso.
Tal vez sean cosas que no debería contar. Tal vez sean cosas que existen solo en su cabeza. Pero hay otras que están registradas. Ya son historia, como el momento del regreso triunfal. Lo más parecido a lo que puede ser la gloria.
-Fue bonito. Aquí en el barrio, todos me felicitaban, me abrazaban, se tomaban fotos conmigo. Para qué, bonito. Da una satisfacción enorme. Pero mi única felicidad era estar con mi familia, con mi esposa, con mis dos hijitas que estaban chiquitas.
Y sí, la familia fue su fortaleza en la zona de guerra. Y como en las películas, él también tenía una foto guardada y protegida como su mejor escudo ante el peligro inminente: la de su esposa. Una foto en blanco y negro, en la que la señora demuestra su seriedad. Esa foto fue su amuleto, su Biblia, su paz. Hasta ahora la conserva y la enseña como si fuese su particular trofeo de combate. La guarda en su billetera y se declara un hombre completamente enamorado.
-Ay, si no fuera por mi esposa. Si no fuera por mis hijas. Ya no estaría aquí.
Es que el problema mental de Peralta deriva en muy malos ratos, porque hay desequilibrios. Y la paciencia de su familia ha resultado fundamental en el tratamiento que debe llevar. Una de sus hijas da fe de esto y no puede evitar caer en un llanto que es de dolor, pero también de indignación. Ella siente que a su padre solo le dieron el título de héroe, pero no el trato de palabra tan gigante. Quienes lo trataron subestimaron la dimensión de su enfermedad. Y eso la agravó.
-De todos modos, soy un afortunado. Si viera como están otros compañeros. En la calle. Sus familias los han echado de la casa, ya no quieren saber nada de ellos. Están casi en la indigencia.
Los diagnósticos han ido evolucionando. Ahora lo tratan como un paciente con trastorno bipolar. Dice que le duele mucho la cabeza, que tiene recaídas, que de cuando en cuando termina en la sala de Emergencias del Hospital Militar de Quito. Y de allí lo devuelven, con la noticia de que esos dolores ya le pasarán, que se tome tal pastilla, que descanse en su casa.
No es que pida nada, por si acaso. Lo que estaba reclamando -en algún momento de creación de la Ley de Héroes lo sacaron de la lista- ya fue solucionado, aparentemente, por la vía legal y con la ayuda de un abogado «que nos sacó la cabeza, pero si nos sirvió», dicho en sus propias palabras. El tema se resolvió, pero sigue masticando rabia.
-¿Cómo es posible que en esa lista de héroes pongan primero al chofer del presidente en el 30S y no a los héroes del Cenepa?, pregunta.
Y no tiene respuesta.