* Actualizado el 21 de agosto
La historia de amor de Manuela Picq y Carlos Pérez Guartambel tiene todos los elementos para convertirse en bestseller: un líder indígena al que el cáncer le arrebató a su primera esposa; una periodista y académica franco-brasileña que se convirtió en su sostén y compañera de lucha social; un cúmulo de injusticias que por poco la expulsan del país; y un final feliz -al menos provisional- que los devolvió a las calles.
Fueron cuatro días de incertidumbre para esta pareja que se conoció en 2012 y selló su unión un año después, con una ceremonia ancestral oficiada en Azuay. Cuatro días desde que ambos fueron arrastrados y detenidos en el Centro Histórico de Quito, cuando participaban de la marcha convocada por la CONAIE con motivo del paro nacional. Era jueves, anochecía, y Carlos y Manuela eran embestidos por un piquete de policías según registró una cámara de El Comercio. Pero la versión oficial, de la que hicieron eco los medios del gobierno, altos funcionarios y asambleístas de Alianza País, apunta a que la periodista estaba siendo agredida por desconocidos y que la Policía se acercó para prestarle ayuda y detener a los atacantes, objetivo que no pudo cumplir por la gran cantidad de manifestantes. Y oh coincidencia, llegó personal de Control Migratorio a pedirle sus documentos.
En un inicio la pareja fue retenida por un numeroso contingente de policías y trasladada al Hospital Eugenio Espejo para recibir atención médica por las contusiones que habían sufrido. Carlos Pérez (46) quedó en libertad esa misma noche pero Manuela (38) fue trasladada a otra casa asistencial y después deambuló por varias comisarías, según su relato, hasta que fue informada de que su visa había sido revocada y llevada al albergue Casa Carrión para iniciar su proceso de deportación. No le dieron ninguna explicación, ni verbal ni escrita, aunque el diario oficialista El Telégrafo publicó que fue «debido a que realizó actos que pertubaban la paz y el orden público durante las protestas del 13 de agosto, según consta en el informe jurídico».
Una vez recuperado de los golpes, Carlos Pérez comenzó a trabajar en la defensa de Manuela con el apoyo de abogados y estudiantes de la Universidad San Francisco de Quito, donde la periodista y doctora en Relaciones Internacionales ha venido dictando clases en los últimos ocho años. Para él, estaba claro que era una arremetida del gobierno para fracturarlo emocionalmente, pero «la defendería con el corazón». Solo como su defensor y por contados minutos, la pudo visitar en la Casa Carrión el domingo pasado. Hasta allí había llegado con un grupo de manifestantes que lucían pancartas de apoyo. Perez, también tenía una pequeña, donde había escrito con marcador rojo: «Manuela te amo». La aludida los miraba desde una ventana y alzaba las manos en señal de agradecimiento. Perez Guartambel también usaba las manos. Para enjuagar algunas lagrimas.
El provisional final feliz de la pareja se dio este lunes en los juzgados de flagrancia de Quito, donde se efectuó la audiencia de deportación de Manuela. La presión nacional e internacional, que ejercieron académicos de prestigiosos centros de estudios como la Universidad de Princeton, calaron, y la pareja, que se conoció tres años atrás cuando la corresponsal de la cadena Al Jazeera Manuela Picq contactó al líder de la Ecuarunari Carlos Pérez para pedirle una entrevista sobre la consulta previa que impulsaban organizaciones indígenas en el austro, volvió a respirar con calma.
Fue la jueza Gloria Pinza quien se negó deportar a la periodista, sostuvo que no había motivo para que esté detenida y además pidió que se investiguen las denuncias presentadas por los abogados de Manuela, que evidenciaron irregularidades en los partes de detención y en la cancelación de su visado. «Somos compañeros de lucha, de camino, nadie nos va a separar», decía la periodista emocionada a la salida de los juzgados. «Soy una ecuatoriana más y de aquí nadie me va a sacar», añadía en medio de los gritos de apoyo de un grupo de manifestantes que se mantuvo en vigilia a lo largo de la audiencia. Luego vino el beso de los enamorados, que fueron transportados en un carro de la policía y luego dejados en libertad. Justo a tiempo para unirse a la marcha de protesta que recorrió varias calles de Quito en su quinto día consecutivo de levantamiento y terminó en el punto de reunión de los indígenas, el parque el arbolito. Allí Manuela dio las gracias una vez más y Carlos resaltó la figura de las mujeres, y «»esa mezcla de ternura e irreverencia que solo ellas tienen».
Manuela libré. brilló la verdad sobre las tinieblas de la autocracia pic.twitter.com/U35CVhVXxy
— carlosperezguartambe (@perezunagua) agosto 17, 2015
Para la pareja y el movimiento indígena, fue una batalla ganada y bien librada, pero aún era incierto si la cancelación de la visa de Manuela sería revocada, y si podría seguir llevando junto a Carlos y las dos hijas de este, Ñusta (16) y Asiry (10), la vida en familia que tenían en Cuenca hasta hace poco. Fueron otros tres días de felicidad mezclada con incertidumbre, que terminaron el 20 de agosto. Esa tarde, la jueza Johanna Ayala negó la acción de protección presentada por la defensa de la periodista para revertir la cancelación de su visa, allanándose al argumento del representante de la Cancillería, que dijo que quedaba a discrecionalidad del Estado la revocación del visado. Y eso no fue todo. La jueza Gloria Pinza, que en un inicio negó la deportación de Manuela, envió -contra todo pronóstico- su sentencia a consulta al Ministerio del Interior, dejándola «en un limbo jurídico», según uno de sus defensores, Juan Pablo Albán. «Si es constitucional o no, no le corresponde analizar a la suscrita juez», aseveraba Pinza en la ampliación de su sentencia, despertando sorpresa e indignación en las redes sociales.
Un día después, Manuela dejaba el país. Según explicó, se encontraba en estado de indefensión, temía por su seguridad y no tenía ninguna garantía. «Estoy más preocupada que nunca por lo que pueda suceder sin tener derechos constitucionales”, comentó la también académica entre abrazos de sus allegados. La noticia la dio de la mano de su pareja Carlos Pérez y desde el parque El Arbolito, epicentro del levantamiento indígena en Quito. Esa misma tarde abordó un avión de Avianca rumbo a Río de Janeiro. Allí se reuniría con su familia y planearía una nueva estrategia para obtener el visado a través del Mercosur. La felicidad del lunes, terminaba en lagrimas de despedida el viernes. «Espero volver pronto», repetía Manuela.