Lo que algún día fue la cooperativa Mélida Toral de la isla Trinitaria, el sábado último “parecía un campo de guerra”. La escena, difícil de describir con palabras, evidenciaba la embestida por aire, mar y tierra de unos 450 policías que llegaron un día antes en helicópteros, carros, caballos y lanchas rápidas para derrumbar 40 viviendas construidas sin permiso a pocos metros de un brazo del estero Salado.
Pero más allá de la destrucción que dejó el operativo anti invasiones emprendido por el gobierno, el panorama era desolador por los rostros descompuestos de niños y mujeres, en su mayoría, que se refugiaban de la lluvia debajo de plásticos, cartones y endebles estructuras que improvisaron para proteger a los suyos y a sus enseres.
Por ejemplo, Antonio García aplicó sus conocimientos de albañilería y levantó con cabos, cañas, cartones y zinc un armazón de 4 x 5 metros para dar refugio a sus hijos de 19, 9, 8 y un año, la más chiquita, enferma con fiebre y congestión. Su esposa lo ayudó en la tarea sin imaginarse que serviría de cobijo para treinta vecinos que también lo perdieron todo y que se apiñaron la tarde del sábado a esperar que la lluvia pase y hablar de sus penas. La mayoría, lamentaba que hayan sido desalojados en pleno invierno sin reubicación. Además, rechazaba la versión del secretario de Prevención de Asentamientos Humanos Irregulares, Julio Quiñónez, quien aseguró que no quedaban familias damnificadas en el sector.
“Usted cree que si nos hubiesen dado casa estaríamos aquí”, decía Mabel Medina, madre de cuatro niños de 10, 7, 6 y 2 años, y otro que vendrá al mundo en estos días. De piel morena y cabello trenzado, Mabel se tomaba la adversidad con gracia y hacía saltar sonrisas cuando contaba que había tenido que repartir a sus vástagos entre sus conocidos para que no aguanten lluvia. «Es que un solo vecino no te quiere dar posada para toda la tripulación”.
-Y tus pertenencias, ¿recuerdas con quién las dejaste?
-Que no me voy a acordar, para lo más de dos colchones, una cocineta y un cilindro de gas.
– (risas de los vecinos)
Ubicada a un costado de Mabel y con un tono más serio, Valeria Loor aseguraba que no podía costearse un alquiler. «Cuesta mínimo $100 y hay que dar dos meses de adelanto, cómo vamos a pagar si no tenemos ni para comer a diario”.
-¿Cuántos niños tienes?
-Cuatro, de 10, 8, 5 y 3 años. Aquí lo que más hay son criaturas, la mayoría (de familias) tiene más de cuatro.
-¿Y cómo viviste el desalojo?
-Mal, nos tiraron los caballos encima. Hubo pérdidas de televisores, cilindros de gas, tanto que la gente se ha matado por tener sus cositas, y los niños lloraban, hasta a usted se le habría partido el alma.
Otra mujer, que también se refugiaba de la lluvia en la choza levantada por Antonio García, pedía socorro a gritos. «Queremos una ayuda, una casa para meter a nuestros hijos, no importa que sea de plástico o cartón, hasta de periódico».
Unos metros más adelante, Maritza Coime hacía malabares para evitar que las goteras se cuelen en la chocita de 3 x 3 metros que había rearmado junto a sus hijos con tablas, cartones y pedazos de zinc, de lo que algún día fue el techo de su casa. Adentro, atesoraban sus únicas pertenencias: una cocina y refrigeradora viejas, una cómoda destartalada y una cama en la que se acomodaban para dormir a sus hijos menores de 8 y 6 años y tres nietos más chiquitos.
«Si tuviese donde llevar a guardar mis cosas ya no las tendría aquí», aseveraba la mujer de 42 años oriunda de San Lorenzo (Esmeraldas) y que se ganaba la vida vendiendo cloro, desinfectante y Suavitel en su domicilio. «Aquí vivíamos tres familias» explicaba Maritza. Por un lado estaba ella y sus hijos solteros de 20, 14, 8 y seis años; por otro, su hija de 23 que es madre de tres pequeños y por último su hijo mayor de 26 años, que compartía morada junto a su mujer y cuatro vástagos.
Durante el viernes y sábado, ningún ente públicos se acercó a la zona del desalojo a brindar a atención a los damnificados. Los únicos que se hicieron presentes fueron los miembros del Comité de Derechos Humanos (CDH) y voluntarios de la iglesia del sector, entre los que estaba la ex miss Ecuador María Susana Rivadeneira, que trataba de conducir a los niños que tiritaban de frío y sus madres al centro comunitario Juanito Bosco que había sido adaptado como albergue.
La noche del sábado arribó al lugar un contingente de carpas y vituallas enviadas por el Municipio, que en un comunicado emitido el lunes aseguró que se trataba de un caso estrictamente humanitario «pues no cabe que hombres y especialmente mujeres y niños permanezcan desamparados y a la intemperie, más aún en medio de una tormenta».
El gobernador del Guayas Rolando Panchana rechazó la intervención municipal y advirtió al alcalde Jaime Nebot que debe mover las carpas porque este martes el Ministerio de Vivienda realizará una limpieza de los escombros. «Si él deja esas carpas y permite el asentamiento ilegal, es que solapa las invasiones», puntualizó. Por su parte, el secretario de prevención de asentamientos Julio Quiñónez se mostró admirado por el operativo de contingencia del Municipio y aseguró que «tenía que haberse preocupado por ese asentamiento humano irregular desde mucho antes». Además recordó que en total serán desalojadas 150 viviendas por permanecer en zona de reserva natural.
El hecho, deja a las familias desalojadas en medio de una nueva disputa entre Gobierno y Municipio.