Jorge Heriberto Glas Viejó ha sido condenado este 19 de septiembre a 20 años de reclusión mayor especial. Tiene 74 años. Fue encontrado culpable de violar a una niña de 13, a la que embarazó. El hombre ha recibido su pena en el cuarto de un hospital de la Policía, en donde es bien atendido; la agredida, con su hijo de dos años, en una humilde casa regalada por políticos de oposición al gobierno, ubicada en un barrio marginal de Durán.
Esta historia comenzó hace cuatro años, justamente en septiembre, con una denuncia presentada contra el dueño y director de la escuela Hans Christian Andersen del norte de Guayaquil, Glas Viejó, por violar a una de sus estudiantes. Pocos días después, huyó del país. En mayo de este año regresó, a la fuerza, tras ser deportado de Paraguay. Y del aeropuerto de Guayaquil fue directamente al hospital de la Policía, para ser atendido de dolencias cardíacas. Nunca ha pisado, por este caso, una cárcel.
El 2 de septiembre fue la audiencia de juzgamiento, que tuvo características especiales. No había empezado cuando más de una docena de policías asignados al distrito centro, entraron en el recinto judicial Albán Borja de Guayaquil y cubrieron con sus cuerpos los vitrales de la sala dispuesta para la diligencia. Eran las 8:50.
A solo cuatro kilómetros de allí, en la habitación 317 del Hospital de la Policía, todo estaba a punto para que el padre del Vicepresidente Jorge Glas Espinel, quien dijo no tener ninguna relación con él, comparezca por videoconferencia.
Los defensores llegaron con la menor y su pequeño hijo de dos años. Según dijeron, la llevaron porque le debían protección, no para que vuelva a declarar, como lo había dispuesto el presidente del Tribunal. Llegaron hasta la puerta de la sala de audiencia, dieron media vuelta y se marcharon. Mientras tanto, el cordón policial cerraba el pasillo, en un intento por bloquear el acceso visual de la prensa a la sala de audiencias.
La Fiscalía llamó a ocho testigos, el primero, Jorge Salvatierra, quien fue el perito que realizó el reconocimiento médico de la menor tras la denuncia de violación. La mayoría, rindió testimonio hasta el mediodía, cuando el Tribunal se tomó un receso de tres horas. Jueces y fiscal abandonaron la sala sin decir una palabra. El único que habló fue el defensor de Glas Viejó, Javier Cabezas: “No se preocupen que es señor Glas es inocente y lo estamos comprobando”. Más tarde, se marcharía sin responder ninguna pregunta.
Glas Viejó solo se sentó para escuchar la sentencia. El resto del día lo pasó acostado, con unas cánulas nasales que parecían suministrarle oxígeno y un tensiómetro conectado al brazo derecho. En algún momento, una enfermera se le acercó y le colocó una pastilla en la boca. El resto del tiempo estuvo descansando o susurrándole su testimonio a otro de sus abogados, que sentado a un lado de su cama, se dirigía al Tribunal. Era lo que se veía a través de una pantalla de 32 pulgadas.
A las 5:20 comenzó la deliberación. A esa hora, la judicatura de Albán Borja había cerrado sus puertas después de un día ajetreado. Esa tarde, por ejemplo, se escuchaban los gritos de una madre, que lamentaba que su joven hijo haya sido condenado. La mujer caía como desmayada, mientras un guardia penitenciario se llevaba esposado a su vástago.
El veredicto del Décimo Tribunal Penal del Guayas no iba a ser distinto. Culpable era encontrado Glas Viejó por la violación de una menor. La diferencia con el caso anterior era que el culpable no salía esposado de la sala ni habían familiares que lloren su condena.
Glas Viejó seguía acostado en la cama de un hospital de la Policía. Y por ahora, nadie sabe cuando será su último día en ese lugar.