El sábado 21 de octubre pasado, Filadelfia fue una vez más el escenario de imágenes diametralmente opuestas. A las 14h00 de ese día, la Policía recibió la alerta de que un hombre disparó contra otro varias veces, dejándolo gravemente herido, en Kensington. A esa misma hora, y a menos de veinte minutos en carro, en otro sector de la ciudad, sector del Museo de Arte, la fiebre turística por Rocky Balboa estaba intacta, con largas filas para tomarse la foto con la estatua de la leyenda del cine. Son las dos caras que conviven juntas dentro de una misma urbe, creando la paradoja perfecta con una pelea imaginaria que nunca se dará: Rocky VS Fentanilo.
-¿Qué tan peligroso es ir a Kensington?, se le pregunta a un policía de Filadelfia.
-Todo el mundo es peligroso, responde. Y como en todas partes, hay que saber cuidarse. Cada uno es responsable de lo que hace.
Fue la primera búsqueda de información confiable en la ciudad de Rocky Balboa, antes de ir al barrio considerado ahora el más peligroso; sobre todo a partir de la difusión de videos en Youtube con imágenes de personas adictas en condiciones deplorables, deambulando por las calles sin conciencia alguna de su propia existencia.
Muchos les han dicho, por estas imágenes, zombies. Y a Filadelfia, la ciudad de los Zombies.
Los reportes noticiosos que existen sobre Kensington -el de la avenida de Filadelfia, no el del Palacio de Londres- dan cuenta que en los últimos años este sector ha recibido los ingredientes necesarios para transformarse de lo que alguna vez fue una próspera zona industrial, en un largo espacio de imágenes perturbadoras, propias de la peor pesadilla urbana que uno pueda imaginarse.
Venta y consumo de las peores drogas -el fentanilo aterrizó por aquí en 2019-, crimen organizado, prostitución, delincuencia común…todo lo que suene a delito puede parecer común y escena diaria en Kensington.
Y aún así, una vendedora de los conocidos Philly Cheesesteak, en un restaurante del centro de Filadelfia, anima a ir al sitio, porque, indudablemente, allí se verán escenas que no existen en otras partes. Es una experiencia, afirma convencida. Y en cuanto al peligro, ella dice que esas personas son adictas, enfermas, pero no criminales: «Si no se meten con ellos, ellos no se meten con ustedes», fue el sano consejo.
En efecto, esa fue la primera impresión, apenas se llega al lugar. Aquí no están delinquiendo, se están drogando. Y la sustancia que ha adquirido la peor de las famas por sus efectos devastadores es el fentanilo, un opioide sintético que es hasta 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más fuerte que la morfina. Es un importante factor contribuyente a las sobredosis mortales y no mortales en los Estados Unidos. En cuestión de tres años, las muertes por sobredosis con este opiáceo han aumentado más del 90%. En 2021, se contabilizaron 70.000 muertes solo en este país.
El fentanilo se inyecta, pero también se aplica en parches y se toma en pastillas. El que se produce en los laboratorios clandestinos, a diferencia del farmacéutico, es el que está detrás de más muertes, ya que se mezcla con la heroína. El cocktail es conocido como “As de corazones”.
Y la avenida Kensington se ha convertido en la cara del fentanilo para el mundo.
Como si todo se tratara de escenas recreadas a propósito para espantar al que crea tener los nervios más templados, los personajes de Kensington están con sus cuerpos presentes allí, pero sus conciencias hace rato los abandonaron. Están solos, refiriéndonos a sus entornos personales, pero entre todos los que padecen lo mismo, se hacen compañía. Se protegen. Y comparten las drogas que los matan.
Es sábado por la tarde, pero podría ser la mañana o la noche, y todo se vería igual. La repetición es la norma por aquí. Calles con basura por todos lados, veredas mojadas aunque no ha llovido, la mayoría de negocios cerrados porque no tiene mucho sentido abrirlos cuando nadie puede acercarse a comprar nada. Y lo más importante, decenas de personas caídas en sentido figurado y literal, otras tantas dobladas, arrodilladas, con las cabezas que solo apuntan al suelo. Se ven carpas en las aceras, constituidas por obra de la desgracia en hogares improvisados que terminan siendo permanentes cuando no existen más opciones. Maletas y bolsos tirados, ropa desperdigada y mezclada con basura, porque a fin de cuentas ese tipo de detalles son los que menos interesan. Por aquí todo da igual.
El olor es difícil de definir. Parece una mezcla tóxica de sustancias, fluidos y residuos, incluyendo alimentos, aunque cualquiera no podría imaginarse comiendo en estas condiciones. Y en cuanto a violencia, el consejo de la vendedora de los sánduches de carne, resultó sabio. Apenas una mujer notó que se tomaba fotos, pegó un grito: «Stop recording». Un reclamo comprensible, porque nadie quiere convertirse en la imagen de su propia desgracia. Y eso que lo visto el 21 de octubre, está aplacado. La situación era más complicada semanas atrás, pero comenzó una campaña intensa para darles asistencia a los adictos y tratar de sacarlos de la calle. Eso lo cuenta el conductor de UBER contratado para ir al lugar, un joven nacido en Filadelfia, a quien se la ha hecho normal cruzar con su auto esta Avenida. ¿Quieren ver algo?, pregunta. Y a la respuesta afirmativa, vira en una esquina a la derecha y avanza una, dos cuadras. Entonces el panorama cambia, es completamente distinto. Parece otro barrio, pero sigue siendo el de Kensington. Tranquilo, limpio, con adornos de Halloween en las entradas de las casas y hasta las alfombras con mensajes de bienvenida: Welcome. Nada de personas tiradas en las veredas, y eso que a estas dos realidades apenas las separan dos cuadras.
Entonces Filadelfia no es una ciudad zombie, porque aquí no hay zombies. Incluso si se topa a un drogado en la estación principal de trenes de la ciudad. Aquí hay adictos a drogas mortales que necesitan ayuda, que se han congregado en la avenida Kensington, símbolo de la monarquía en Londres, pero un símbolo del peligro mortal de las drogas en Filadelfia. La ciudad que Sylvester Stallone dio a conocer al mundo con sus inolvidables películas de Rocky y que hace sentir a los turistas que siguen llegando por montones, como unos campeones mundiales por subir corriendo las escaleras del Museo de Arte. Entonces cuando llegan a la cima, pegan brincos de alegría, porque sienten que han vencido todas las adversidades, las peores que van apareciendo en el camino. Porque ni las victorias ni las derrotas duran para siempre.