Por Marlon Puertas
Una de las decisiones más acertadas de mi vida fue cuando me cambié de un colegio particular a uno fiscal, el glorioso 9 de Octubre de Machala, en el que terminé como uno más de los miles y miles de Bachilleres que año tras año recibe nuestra maltrecha República. Así pasé de los compañeros relajados y despreocupados porque nunca conocieron de necesidades, a los compañeros -y compañeras, bingo- de un colegio mixto en el que las carencias estaban a la orden del día, casa adentro y casa afuera. Con decirles que en el baño del plantel, no había baño, solo por poner un pequeño ejemplo de las situaciones con las que teníamos que lidiar y resolver, sobre la marcha y sobre la hierba, porque en la vida hay necesidades que no pueden esperar.
Les decía que cambiarme de colegio fue un tremendo acierto porque allí conocí a quienes hasta hoy considero mis mejores amigos y eso que han pasado 28 años desde que nos separamos al graduarnos, sin pena ni gloria y también sin baile de graduación, porque plata para esas vainas nadie tenía.
Allí conocí a Tiberio, un muchacho bien puesto y serio, formal como nadie y acolitador como todos, porque a las muchachadas nadie podía resistirse. Ni Tiberio. Un día nos contó que él trabajaba por las noches, de mesero en una discoteca, a la que nos invitó con sano orgullo, para demostrarnos que a su edad, él podía mantenerse solo, dándonos el ejemplo de que todas las cosas había que ganárselas y que nada en la vida es regalado. De que todo cuesta. Cuando lo vi en sus tareas, yo que nunca me había ganado por mi cuenta un sucre, lo admiré. Cuando se me acercó y me regaló el que podría ser el primer trago de mi vida, le quedé agradecido por siempre. Tiberio estaba contento y yo estaba esa noche feliz de verlo a mi amigo como un triunfador.
Es que de pequeños triunfos y grandes fracasos se va armando la vida. También de ingratitudes. Por eso será que nosotros, que nos consideramos entre todos como los mejores amigos, no volvimos a vernos ni a saber nada el uno de los otros durante más de veinte años, cada quien a su buena o mala suerte o presos de los errores humanos en los que caemos a diario. Será también porque el tiempo pasa demasiado rápido, sin duda, y estos veinte años se nos fueron volando.
Fue el año pasado que gracias a las mujeres del grupo- cuándo no, las mujeres- la amistad entre nosotros regresó y con más fuerza que nunca. Nos volvimos a ver, nos pusimos al tanto de lo transcurrido y, como siempre, nos divertimos. Así, la hermandad nació por inercia y fue fundada sin que nadie se lo hubiese propuesto.
Así nos fuimos enterando de los baches de nuestras vidas. Las subidas y bajadas, las equivocaciones y los aciertos. Allí estuvo Tiberio, serio y reservado como siempre, pero digno a más no poder. Él no se lamentaba de nada y eso que su caso calificaba entre los más duros de todos nosotros. Pero a nadie le echaba la culpa y su rostro solo transmitía resignación.
A la última reunión que hicimos, en este mes de diciembre, no fue Tiberio. Siempre echamos de menos a los que no asisten, pero en ese momento nadie pudo anticipar que el año terminaría con la peor de las noticias. Y coincidencias del destino, la última semana vi la película de Robert Redford, The Discovery, en la que hace de un científico que logra probar que existe vida después de la muerte, lo que genera una ola gigantesca de suicidios por todo el mundo, de gente que ya no le vio sentido a seguir en esta vida y tomó el atajo para continuar en la siguiente.
Yo no sé si Tiberio vio esta película. Alguna vez hablamos del tema y tampoco desbordaba fe. Pero el hecho es que su decisión nos ha remecido hasta el alma y provocado un dolor profundo, un dolor cargado de culpa, además. Porque a casi nadie le interesa enterarse de los problemas de los otros, porque con los propios uno ya tiene de sobra. Y con los amigos uno prefiere, básicamente, pasarla bien. Muy mal hecho. La verdadera amistad – y hermandad, hermosa palabra- consiste fundamentalmente, en poner un hombro para aliviar el duro peso de las cruces que nos toca cargar. Tiberio nos lo ha hecho entender y eso que él siempre soportó la suya en silencio, sin mayores pretensiones. Se fue callado. Sin despedirse de sus compañeros que lo quisimos. Y hoy lo lloramos.