Noventa y cinco años se dice fácil, pero vivirlos es todo un reto. Esa es la edad de Asdrúbal. Y hacerlo dejando huella a diario, resulta una proeza que pocos se pueden jactar de haberlo hecho. Hasta llegar al punto de reunir los méritos y el tiempo suficiente como para decir a los cuatro vientos que se ostenta un récord mundial, así no lo reconozca el monopolio de los Guinness, porque a estas alturas hasta pereza da reunir todos los requisitos y papeles que demanda una declaración oficial.
Asdrúbal de la Torre es el caricaturista récord porque lleva 71 años caricaturizando la dura cotidianidad del Ecuador, prácticamente a diario. Así no lo diga el Guinness. Por lo menos hasta que aparezca alguien que acredite con pruebas contundentes, que le gana.
Difícil que alguien le gane algo a Asdrúbal, porque su firma ya es la marca de una escuela no reconocida y poco aplaudida, como es burlarse con los trazos de un dibujo de las miserias de los políticos de nuestro país. Desnudarlos a todos y burlarse de sus actos torpes, que viene a ser el último recurso que tienen los ciudadanos para rechazar todo aquello que viniendo del poder, les causa daño o perjuicio en sus vidas diarias. En ese sentido, los caricaturistas ocupan el destacado espacio de los justicieros, aquellos a quienes se les ha confiado el honroso privilegio de vengar a los de a pie, a los indefensos, a aquellos que ya no teniendo nada, solo les queda como su último desquite la carcajada y la burla. Para que los políticos entiendan que podrán hacer lo que les venga en gana, pero que la opinión que todos se han formado de ellos es libre. Y esa libertad es la fuerza prácticamente oculta de un pueblo que, de cuando en cuando, resuelve explotar del coraje y del hastío.
Que Asdrúbal ha hecho escuela, habíamos dicho. Y no se cansa de dictar clases a diario. Exactamente, desde el 18 de junio de 1952, cuando publicó su primera caricatura política en diario El Comercio, titulada Mascarada. Antes, había hecho caricaturas deportivas en diario El Sol. Pero lo suyo es la coyuntura del poder, porque eso es lo que a la gente le interesa, según lo dice con la voz de la experiencia.
Y es que del poder se pueden decir tantas cosas. Cosas buenas y no tan santas. Como observador de tantos y tantos presidentes que han sido plasmados con su lápiz, la pregunta es inevitable: ¿Quién ha sido el mejor de todos los presidentes? La respuesta que da es inmediata: Galo Plaza Lasso, principalmente porque era un demócrata, en toda la extensión de la palabra, sin adornos y sin demagogias. Y porque demostró el porte de estadista que debería reflejar todo aquel -o aquella- que pretenda sentarse en la silla principal de Carondelet. Pocos han cumplido el requisito, según Asdrúbal. De aquellos que nos quedaron debiendo, ¿quién ha sido el peor de todos? Entonces Asdrúbal ríe de buena gana y contesta que es aquel que ahora se encuentra prófugo, buscando comisiones de la Verdad para limpiar su expediente y hacer como si nada hubiese pasado.
La respuesta a la última pregunta es sencilla de explicar. A Asdrúbal, como a todos los periodistas, no le caen bien los presidentes autoritarios, aquellos que se dedicaron a estigmatizar a un oficio noble de entrada que no debería mancharse por acciones particulares de aquellos codiciosos que venden su pluma. Y Asdrúbal estuvo en dos ocasiones junto al mismísimo poder, para poder contar cómo es aquello de ser parte de los círculos que toman las decisiones importantes. Primero con la Junta Militar, años de dictadura, y después con el gobierno interino de Fabián Alarcón, las dos veces como Ministro de Salud. Porque no lo habíamos dicho todavía, Asdrúbal, a más de llevar en el alma el espíritu de periodista, también es médico, profesión que también ejerció con las mismas consideraciones que con el periodismo: ¿Cómo se va a poder cobrar por una consulta a alguien que busca un médico para curarse? ¿Cómo se va a poder cobrar por publicar una noticia a alguien que busca un periodista para que publique una información real? Eso no se debe hacer, no se puede hacer.
De vuelta a lo suyo, Asdrúbal continuó rayando a los de siempre que nunca han dejado de hacer méritos para ser el centro de atención de las burlas. Ya no es culpa. Y de El Comercio fue llevado hasta el naciente diario HOY en 1982, convencido por su gran amigo Jaime Mantilla, labrando una nueva escuela que trajo nuevas generaciones rebeldes del periodismo a la prensa del país. Lo hizo hasta que el HOY tuvo vida, cuando cerró de forma definitiva el 26 de agosto de 2014: «Morir haciendo periodismo no es morir», dijo en ese momento el Editor del matutino, Juan Tibanlombo.
Esas palabras también las ha hecho suyas Asdrúbal. Por eso cuando se le pregunta cuándo será el día de su retiro, la respuesta es que aquello ocurrirá únicamente cuando ya no tenga vida. Si alguien pensó librarse de los trazos de su lápiz cuando cerró el HOY, se equivocó por completo. Adaptándose a los tiempos de las redes, Asdrúbal encontró en las nuevas plataformas el espacio para poder seguir publicando y expresando su opinión. Así lo ha venido haciendo casi siete años, al principio en La Historia, y luego en muchos espacios más, porque quién no quiere tener la marca de Asdrúbal en sus publicaciones.
Al fin y al cabo, sostiene, los gobernantes deberían estar agradecidos con la crítica de los caricaturistas porque les hacen un favor: cada dibujo es una denuncia de lo que no se está haciendo bien. Es un llamado a rectificar. Lo que muchas veces en los círculos que se crean alrededor del mandatario, se encargan de blindar para que a sus oídos solo lleguen los cantos de sirena. Las caricaturas rompen esas argollas y ponen los pies en la tierra a los que ya estaban tentados de salir volando por tanto adulo. Es una especie de asesoría, no pedida ni agradecida. Y de remate, gratuita.