Era noviembre de 2019 y el país aún no se enteraba de la desagradable noticia de que en las provincias el presidente Lenin Moreno había repartido los hospitales para ganar el favor y la voluntad de los Asambleístas. El equipo de La Historia liderado por Marlon Puertas trabajaba en el tema y viajó en ese mes hasta Manabí y Santo Domingo. En la ciudad de los Tsáchilas, un valiente médico era una de las principales fuentes de valiosa información, dispuesto a poner su cara y nombre al frente para desenmascarar a los corruptos.
En el modesto consultorio del médico, ubicado en pleno centro de Santo Domingo, cuatro mujeres aguardaban su turno un día miércoles por la tarde. Una de ellas tenía fe ciega en el profesional: «Lo que tenga, que no sé, seguro que él me lo cura», decía a quien le preguntaba por su dolencia. La sala de espera tenía lo indispensable y necesario. No había aire acondicionado, lo que se hubiera agradecido en ese clima de trópico de Santo Domingo. Pero se sentía que algo existía de sobra.
En ese momento salió del consultorio una mujer sonriente, acompañada de un médico con bigote, calvicie, flaco y un tanto desgarbado. «Muchas gracias Doctor. Haré el esfuerzo para comprar lo más rápido la receta que me dio», le decía ella. El Doctor sacó de inmediato un billete de 20 dólares y se lo dio: «Compre ahora. Lo suyo no puede esperar».
Ese era uno de los motivos de la fama del Doctor Galo Calero de la Cueva, en todo Santo Domingo: su generosidad. Todos en esta ciudad conocían que este hombre era capaz de meterse la mano a su bolsillo con tal de atender las emergencias de Salud de sus pacientes. De cobrar las consultas, ni se diga. Hay muchos testigos de eso, incluso el periodista de La Historia que fue a buscarlo.
No se trataba de que le sobraba el dinero, mas bien lo contrario. El punto que él sostenía es que siempre existen personas que lo necesitan más que uno.
El otro tema por el que el Doctor Calero se hacía sentir, era su combate a los corruptos. No los soportaba. Decía que no podía observar impávido como los pillos se llevan al país en peso y él quedarse de brazos cruzados. Por eso los denunciaba. Por eso daba sus nombres y relataba con todos los detalles las circunstancias de los hechos que por sus características no tenían la mínima duda de ser delitos. Delitos contra la administración pública. Delitos del robo de fondos públicos. De amarre de concursos y contratos. De sobreprecios. Sobre todo en los hospitales de su querido Santo Domingo, que para ese momento todos tenían dueño político. Su aparente fragilidad física engañaba: en su interior existía una determinación que nadie podía amilanar. Es lo que se llama tener valentía. Admitía la posibilidad de sufrir represalias. Las tomaba como el precio que había que pagar para marcar la diferencia.
UN MÉDICO DE HONOR
Galo Calero de la Cueva decidió ser médico cuando fue marcado por una tragedia. Siendo niño, su hermano pequeño enfermó. Un mal médico actuó con negligencia y la familia perdió a su integrante más indefenso. Desde entonces el niño Galo juró que cobraría cuentas con la vida haciendo exactamente lo contrario a lo que hizo ese profesional que mal atendió a su hermanito. Decidió estudiar medicina y hacer el bien. Una revancha con nobleza que siempre cumplió a cabalidad, aquí y en tierras lejanas. Porque después de graduarse de Doctor, casado y con una hija, Galo Calero emigró a los Estados Unidos. En California pasó una de las mejores etapas de su vida, en donde pudo especializarse y empezar a aplicar la medicina. Su familia se adaptó rápidamente al estilo de vida americana, pero el Doctor Calero nunca renunció a la posibilidad de regresar.
El retorno a Santo Domingo, que se concretó años después, significó la separación familiar. Su esposa e hijos se quedaron en Estados Unidos mientras Galo Calero comenzó a ejercer la medicina en su país, escribiendo los primeros capítulos de una historia de servicio pocas veces vista por estas tierras. El precio a pagar fue el más alto, la propia familia. Si bien no estaba con sus seres más queridos, lo que menos era el Doctor es una persona solitaria. Su personalidad no se lo permitiría. En Santo Domingo todos lo conocían y lo apreciaban -menos los corruptos-, porque su espíritu estaba lleno de alegría y optimismo, lo que se reflejaba en las reuniones sociales. Era un bohemio, centro de atención de las fiestas en donde jamás pasó desapercibido.
Y LLEGÓ LA PANDEMIA
Era junio de 2020 y en uno de los viajes por tierra de Quito a Guayaquil del Director de La Historia, a su paso por Santo Domingo, llamó al Doctor Calero. Siempre era reconfortante verlo. «Estoy atendiendo pacientes de COVID, en sus casas, porque es lo más seguro. Estoy a full, la situación es realmente crítica», respondió cuando se le preguntó si sería posible visitarlo por unos minutos. En efecto, desde que estalló la pandemia, la misión de Calero tuvo que multiplicarse. Y la emergencia, al igual que en todo el mundo, rebasó todas las capacidades. La gente moría y Galo Calero se desesperaba por tratar de evitarlo.
Ya nunca más se dio la oportunidad de estrechar su mano. Como pasó con muchísimos médicos que atendieron enfermos con Covid-19 en primera línea, ellos también se contagiaron. Y murieron. Galo Calero de la Cueva contrajo el virus en una de las visitas hechas a domicilio a una familia, en donde todos sus integrantes estaban contagiados. A él no le importó. Decía que un médico de honor tenía que hacer lo que debía hacer. Y su juramento hipocrático era la ley de su vida.
Dio dura batalla, primero en su tierra Santo Domingo y luego en Guayaquil, en donde permaneció intubado. Paradojas de la vida y de la medicina, resulta que uno de los médicos más nobles y desprendidos, se topó para su propia atención con colegas que, al contrario de él, ven en un paciente la oportunidad de ganar mucho dinero. No la salud. No el bienestar del enfermo. Solo el chance oportuno de poder seguir sacando plata a unos familiares desesperados y capaces de empeñar su propia vida, con tal de conseguir que se salve el ser amado.
Esa fue la mala suerte que pudo constatar en carne propia el buen doctor Calero. El 13 de abril de 2021 se despidió de este mundo, a los 72 años, cuando en Ecuador se celebra ese día al Maestro. De cierta manera, él también lo fue.
Un año después, en Santo Domingo el bien paga. Se han rendido justos homenajes a la memoria del buen doctor Calero. Se ha bautizado una calle con su nombre y este 13 de abril de 2022, se inaugurará un busto hecho a su imagen. Al acto se unirán sus hijos, quienes nunca dejaron de sentir el orgullo de ser descendientes de un buen hombre. Porque el recuerdo de Galo Calero de la Cueva ya está guardado en la memoria de los santodomingueños.