Parece que en Shushufindi todos tienen una historia triste que contar, y María, de 64 años, no es la excepción. Sale cabizbaja del hospital cantonal. Siente que le quema la cadera y la espalda, pero no encontrará alivio a el dolor porque le faltan $8 para pagarse los pasajes desde su casa, en la comunidad Magdalena, hasta el hospital de Lago Agrio, a donde la enviaron a realizarse unos exámenes. “Venía a preguntar si la orden era válida para la próxima semana, a ver si puedo ir”, comenta la anciana que trabaja de sol a sol sembrando maíz.
María, al igual que varios habitantes de Shushufindi consultados por La Historia, se queja de los altos precios de los alimentos y del gas de uso doméstico, que lo consiguen hasta en $3 cuando el precio oficial es $1.40. También se queja de la falta de medicinas en los subcentros de Salud. En contraparte, un médico residente de la zona asegura que no faltan los principales medicamentos, aunque reconoce que escasean los analgésicos y los fármacos para la diabetes.
Otro reclamo, es la pésima calidad del agua. Pero es una queja que se reduce a la parte de la población que sí recibe agua por tubería. “No se puede decir que sea potable”, sostiene Olga Pineda, quien vive en el barrio Integración Social de la cabecera cantonal. Incluso el río Shushufindi, fuente principal de captación de agua, ha sido contaminado en reiteradas ocasiones por la compañía estatal Petroamazonas que opera en la zona. En una tierra donde los tubos y tuberías que recorren carreteras y caminos de segundo orden, hacen que sea difícil olvidar que es un cantón concebido para la industria del petróleo.
No hay oportunidades
En Shushufindi no existen institutos técnicos, mucho menos una universidad pública, y la mayoría de jóvenes ven frustrado su sueño de continuar con sus estudios. Bien lo saben los estudiantes del Colegio Técnico, centro de referencia de bachillerato en el cantón. Entre ellos Rudy Loor de 17 años. Anhela seguir preparándose después de graduarse, pero la tiene difícil. Lo que gana su padre de chofer y su madre limpiando casas, probablemente no les alcance para enviarla a estudiar a otra ciudad.
“Salen promociones enteras de las que no va nadie a la universidad”, comenta una profesora del colegio, que se lamenta que su hija sea parte de esa masa. La única opción, que a pocos convence, es estudiar a distancia en la Universidad Particular de Loja. Entonces no queda más que casarse muy jóvenes y buscarse la vida como empleado de alguna compañía que opera en el sector, comenta. Suelen conseguir trabajo como podadores de monte, y en el mejor de los casos, logran ubicarse como mecánicos en la empresa procesadora de palma africana, Palmeras del Ecuador.
Pero los que ni siquiera terminaron el colegio y abundan en la zona rural, están confinados a las labores agrícolas y a la pobreza. Es el caso de Wilton Castro de 57 años, que vive “pidiendo tierra prestada para sembrar”. Él comparte con su familia una casita elevada de tablas, cartones y zinc ubicada a 10 metros de un mechero. Y eso que la situación ha mejorado porque antes la llamarada estaba pegada a su vivienda y la humareda era insoportable. De lo único de lo que se queja es que en ocasiones a los trabajadores de Petroamazonas les da por aligerar el trabajo y en lugar de quemar el gas lo derraman por el piso. “Era un hedor que no se aguantaba, hasta le dio fatiga a las criaturas”, recuerda.
El de Winton es un hogar pobre, al igual que el 87.6% de los 10.177 hogares de Shushufindi catalogados así por Necesidades Básicas Insatisfechas según el último censo de Población y Vivienda. El agua les llega por manguera desde el tanque elevado de la comunidad, pero acceder al servicio de energía eléctrica se está volviendo una odisea, lo que los hace parte del 13.4% de pobladores del cantón (ver gráfico) que aún alumbran con velas. De lo que sí se salvan es de hacer sus necesidades al monte como el 22% de los habitantes del cantón que no tienen ni siquiera una letrina.
Este artículo forma parte del reportaje Caso Chevron: Relato de los olvidados. Siga leyendo:
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