Una madre no suele decir estas cosas. Pero esta mujer guayaquileña de 34 años grita con impotencia, frente al ataúd de su hijo, que hubiese preferido que enferme de sida, de cáncer, de tuberculosis, de cualquier cosa. En definitiva, un mal de aquellos que resultan mortales, pero que dan oportunidad a los miembros de una familia para ayudar al enfermo.