¿Desde cuándo estás en el activismo por la naturaleza?
Estamos activos desde el año 2010. Desde entonces desarrollamos proyectos ecológicos relacionados con la bioarquitectura y las diferentes técnicas aplicadas en esa línea. Como proyecto personal, comencé con la fundación La Iguana en el año 2011 y empecé sembrando árboles en Samborondón, en sus recintos, y así, poco a poco, fui introduciéndome en ciudades grandes como Guayaquil. El primer proyecto de la fundación fue hacer el libro «Árboles de Guayaquil» y desde el 2012 vengo haciendo una recopilación de fotografías, investigación con las fichas técnicas de cada especie de árbol. El libro está dividido en dos partes: árboles nativos y árboles introducidos. Hemos fotografiado los árboles más maravillosos que hay en la ciudad. Y hemos transformado el lenguaje científico en uno que todos entiendan, que todos usan. Así empecé yo, sin ser botánica o haber estudiado biología, comencé con esta tarea titánica. Hasta el día de hoy hemos hecho ediciones y este libro es mi bebé, es un trabajo que nos ha tomado tiempo y mucho esfuerzo. Ahora ya está en pre producción, prácticamente está listo.
¿Cuándo sería su lanzamiento?
A fines de julio, está en el horno, lo hemos cocinado a fuego lento. Comenzamos a mediados de 2012, luego tuve mi primera hija, y las expectativas fueron creciendo al mismo ritmo que crecía la Fundación, para crear más conciencia en la gente. Queríamos que la gente sienta ansias por tener un libro como este en sus manos y así ha pasado. Seamos sinceros, no hay mucha cultura de lectura en el guayaquileño, entonces sí se fomenta el amor por la naturaleza, hay más oportunidades de que se lea. Y este libro ha generado expectativas. Investigar cada una de las especies, saber en donde se encontraban, se requirió de tiempo para eso. Hemos recorrido la ciudad, una y otra vez, de cabo a rabo.
Supongo que este recorrido trajo sentimientos de nostalgia. El saber que antes existían ciertos árboles que ahora ya no se ven. Desaparecieron.
Lo fue. Y he constatado los cambios. Primero recorrí la ciudad durante la etapa de mis dos embarazos, después otra vez, cuando mis hijos estaban un poquito más grandes, y he notado los cambios al paso de los años porque hemos perdido muchísima vegetación importante que debió haber sido considerada patrimonial. He visto como las avenidas han ido reduciendo el espacio verde y los parques se han tornado grises en lugar de retomar su color natural. Ser testigos de como barrios antiguos de la ciudad se han ido degenerando en ese sentido, perdiendo su look tradicional…no sé. Ha sido toda una experiencia. Ha habido cosas positivas también, como lo que ocurre en el barrio Orellana, donde se crearon túneles en etapas de arbolado urbano, que debería replicarse en otros sectores. Claro, no son especies nativas las que allí se sembraron, son introducidas, pero uno siente que esa es la dirección correcta.
La intención es generar sombra, espacios más frescos, que no existen prácticamente en Guayaquil.
Y ahí ya se está generando. Ya hay sombra, hay color, hay vida. La gente ya dice que eso es un barrio. La ciudad se la vive en las calles, no dentro de los muros. Esas son las cosas que hay que tomar conciencia como ciudadanos para exigir a las autoridades que tomen decisiones.
¿Cuánta pasión le pones a tu activismo por la naturaleza, como tiene que ser. En lo personal, ¿desde cuándo y cómo nació esta pasión por el activismo ecológico?
Ha sido una evolución lenta porque yo viví rodeada de plantas por mis abuelos en sus haciendas, crecí con el sentimiento y apego a la naturaleza. Con el paso del tiempo, me desvinculé y cuando elegí una carrera, me equivoqué, me perdí y luego la vida me llevó a un momento en que me dije ahora sí me voy a escuchar. ¿Qué es lo quiero de la vida? Sabía que tenía una misión importante y quería saber cuál es.
Para eso ya habías estudiado Administración de Empresas.
Yo había estudiado de todo, unas carreras que las dejé por la mitad, otras las terminé, probé muchas cosas que todas me sirvieron para acumular experiencia y me llevaron a los 23 o 24 años a este tema. Y lo hice como ciudadana, que siempre he sentido indignación e impotencia al ver tantas talas injustificadas desde chiquita y no poder hacer nada. Yo sentía que no tenía voz cuando sí la tenía, solamente que no la alzaba y no me hacía escuchar. Entonces dije que iba a hacer algo que transforme a esta ciudad, que cambie esta cultura y no solo localmente, sino en forma global. Pequeñas acciones van generando grandes cambios.
¿Cómo fue al comienzo? ¿Arrancaste sola?
En esa época estaba sola en esta aventura. Les decía a mis papás, a otras personas mayores y me preguntaban ¿por qué? ¿por qué quieres sembrar árboles? ¿Qué vas a ganar con eso? ¿Y de qué vas a vivir?.
Les parecía una locura…
Sí, pero yo les decía que eso es lo que quiero hacer. Y que esto no solo tiene que generar recursos económicos para mí sino que esto va a generar un impacto muy grande y esa era mi visión. Yo soy terca, necia, y seguía en lo mío. Seguí adelante con mi proyecto, con esta impaciencia que sentía por hacer algo que no se estaba haciendo, por generar un cambio, y que aún está lento.
¿Por qué el nombre de La Iguana?
¿Quieres escuchar la historia romántica o la verdad? La verdad es que cuando comencé los papeleos de trámite de la Fundación, habían cambiado las reglas, recién Rafael Correa era presidente y era muy difícil abrir fundaciones. Tomó mucho tiempo la parte legal y no tenía muchas opciones de nombres. Un amigo que sabía del tema me propuso «La Iguana» porque no tenía mucho espacio para escoger más. Y dije bueno. Luego el nombre tomó más sentido porque la iguana es un animal característico del país, vive en los árboles, pero también tiene llegada internacional.
¿Qué fue lo más difícil al comenzar?
Comenzar siempre es difícil. Uno no sabe por donde empezar. Yo no tenía experiencia, no tenía mayor trayectoria en la parte ecológica, siendo mujer porque todavía este es un mundo dominado por hombres, con todos esos temores, me puse a pensar y dije que el primer proyecto tiene que ser el libro «Árboles de Guayaquil». Porque yo quería saber, yo quería investigar y no encontraba nada, no hay material al respecto. Y cuando se encontraba algo, eran textos muy científicos, y eso me desconsolaba más porque para mí, que no tengo estudios, era más difícil comprenderlos. Paralelamente a eso, comencé con «Sembrando una ciudad», una campaña a nivel nacional para sembrar árboles en zonas urbanas y la primera oportunidad me la dio el alcalde «Coco» Yúnez en Samborondón. Fue la primera vez que pedí fondos para sembrar árboles y comenzamos en La Puntilla, luego pasamos a los recintos y así poco a poco fuimos creciendo, pasamos a otros cantones como Daule, Milagro, Guayaquil. Así se presentó formalmente La Iguana, ya desde 2014 con un equipo de voluntarios, amigos, que se fueron transformando en parte del staff de La Iguana.
¿Cuántas personas forman parte de La Iguana actualmente?
Somos alrededor de 20 personas que colaboramos permanentemente con la Fundación, que es un número gigante para una Fundación, tenemos colaboradores nacionales e internacionales, hemos hecho alianzas con un paisajista maravilloso de México, otro de Estados Unidos, de Brasil, gente que nos ha podido formar.
¿Tuviste alguna inspiración, algo que viste como modelo cuando fuiste niña, al momento de crear La Iguana?
Recuerdo, cuando era pequeña, que mi sueño era ser parte de Fundación Natura. Yo soñaba con ser parte y trabajar con ellos., yo quería estar en el bosque, tener el trajecito, y ser parte de esa vida.
Es una pena que haya desaparecido Fundación Natura.
Sí, una pena, porque llegar es fácil pero mantenerse requiere mucho, mucho esfuerzo y determinación. Porque en este trabajo hay momentos, hay picos altos cuando salen otras organizaciones, hay mucho movimiento, pero esto es del día a día, de mantenerse, esto exige mucho tiempo, yo vivo esto 24 horas, no me desligo nunca, no es que me saco el chaleco y digo ahora sí soy Andrea Fiallos, no, Andrea Fiallos es el chaleco y ya es todo lo que conlleva la Fundación.
¿Qué tan difícil fue comenzar a trabajar en Guayaquil, sobre todo considerando que había una administración municipal liderada hasta hace poco por Jaime Nebot, que se acostumbró a hacer la gran obra de cemento? De pronto, vienes tú, una chica con su fundación La Iguana a pedirle que haga la obra, pero no corte el arbolito, que se dé la vuelta para conservar el árbol. ¿Qué tan difícil fue?
Ha sido desafiante. En todos los sentidos. Como joven, como mujer, como ambientalista, como ciudadana y como ser humano. Completamente. Tratar de trabajar con el municipio de Guayaquil es bastante complicado. Yo me reuní con el alcalde Nebot en el 2014 y desde ahí he estado halándole la guayabera y diciéndole alcalde hagamos esto, hagamos lo otro, esto es bueno para la ciudad, considero lo de acá…y al comienzo tuvimos cierta apertura. Esta fundación nació por una urgencia ciudadana y una pasión personal, pero fue abriéndose y fueron integrándose personas muy valiosas de la sociedad, jóvenes, adultos, de todos los sectores, y cuando nosotros llegamos al municipio de Guayaquil siempre fue con la mejor disposición. Les dijimos yo conozco esto, quiero aportar con árboles, quiero aportar en espacios que veo muy grises, desde lo más básico, vamos a comenzar con estos cambios…y aunque pudimos hacer una que otra intervención, como en la avenida Barcelona, en el 2015, y hoy en día ya se ven los resultados de un trabajo en equipo y de determinación, perseverancia y mantenimiento. Porque no se trata solo de cava el hueco, siembra el árbol y ya. Tienes que asegurarte de que ese árbol sobreviva, tienes que dedicarle tiempo, un equipo de mantenimiento. Porque estamos viendo muchas sembratones para sembrar árboles, pero más por marketing que por un objetivo real. Pierden la clave, que es el mantenimiento, sin eso no sirve de nada.
¿Tú esperabas más facilidades?
Sembramos en la avenida Barcelona y ese fue el ejemplo de que entregamos proyectos tangibles, que la sociedad puede disfrutar en poco tiempo. La avenida Nicasio Safadi también, hoy en día tiene árboles frondosos, la avenida donde está ubicado el Mall del Sol, la Joaquín Orrantia igual. También la Francisco de Orellana. Entre otras. Pero en realidad son muy pocas y no hemos podido sembrar más por esa resistencia por parte de los directores de Áreas Verdes. Y es muy penoso porque quien pierde es la ciudad. Aquí no hay una agenda oculta, queremos donar árboles, conocemos del tema, sobre como debe ser el arbolado urbano, bosques urbanos, áreas protegidas, y ahora que hemos crecido tenemos los índices reales de las áreas verdes.
Veía que ustedes hacían una comparación fotográfica de las áreas verdes que hay en la ciudad argentina de Rosario, con Guayaquil. En Rosario se ve mucho más verde que en Guayaquil, pero ambas ciudades presentan cifras similares de área verde por metro cuadrado. Algo no está cuadrando de acuerdo a las cifras que presenta el municipio local.
Aquí no se trata de quien es mejor. Esto se trata de apoyarse uno al otro. Pero cuando no te permiten acceder a la información o te están dando cifras que no coinciden -porque no hay que ser experto para saber que Guayaquil no tiene el porcentaje que dicen que tiene de áreas verdes- y eso se nota saliendo a la calle, en donde no hay sombra, donde el calor es extenuante, entonces tú sabes que algo no está cuadrando. Ahora, con el apoyo que tenemos, podemos hacer revisiones satelitales y constatar, elaborar mapas e ir haciendo todo el trabajo que puede darte la cifra exacta del índice de área verde urbana y cuales son las parroquias que tienen mayor vegetación. Eso permite que la gente se vaya empapando, vaya conociendo. Eso da mayores opciones para escoger donde vivir, si en determinada zona hay más áreas verdes que en otras, eso permite una mejor calidad de vida. Aquí no se trata de maquillar cifras, sino de reconocer las cifras reales y ver en donde estamos fallando y decir ok, como municipio no podemos hacer todo, no somos expertos en todo, pero hay estas fundaciones que sí son expertas, entonces vamos a traerlas para que colaboren con nosotros. Entonces sí, para llegar a las cifras que presentan, que han ido desde los 9 hasta los 25 metros tenemos que hacer tantos parques y los que ya están, mejorarlos. Porque los parques que tenemos hoy son de adoquín, piedra chispa, juegos, canchas, y por ahí tres o cuatro árboles, encima introducidos, ni siquiera ponen árboles nativos. Hay que hacer las cosas bien, planificar y tener gente competente. En la actualidad, no creo que la hay.
Dentro de este tema, ¿como crees que contribuyó a la ciudad la construcción del parque Samanes?
Ese parque lo hizo el gobierno y ahí había bosque seco, que para mucha gente solo era monte, porque no conocen. Ahí se rellenó y se aplastó todo lo que había para volver a sembrar todo. La mayoría de las especies son introducidas aunque veo interés de elevar la cantidad de especies nativas, pero han sembrado a lo loco, no creo que tengan la dirección correcta. Tiene una extensión bastante grande que puede suplir las necesidades de ese sector. Pero no por tener un parque Samanes podemos decir que Guayaquil ya tiene un Central Park o que con eso ya superó el índice de áreas verdes o que puede dar una mejor calidad de vida a todos sus habitantes. Ese es un parque para el sector que corresponde: para Samanes, Alborada, Sauces, Las Orquídeas…pero ¿qué pasa con el sur, con el centro, con el este y el oeste de la ciudad? Necesitamos tener macro parques, micro parques y zonas de pulmones. Una ciudad se construye con eso.
Se nota más interés en construir áreas de recreación que verdes…
Siempre he dicho que una cosa es área verde y otra cosa área recreativa o deportiva, que no es lo mismo. Son necesarias pero es otra cosa. Y ellos para sus índices cuentan como área verde hasta el césped sintético de las canchas deportivas. Cuentan hasta el techo pintado de verde.
Ya tenemos una nueva administración municipal. ¿Tienes esperanza cambie para mejor con la alcaldesa Cynthia Viteri?
Soy optimista. Yo lucho bastante y creo que las condiciones siempre pueden estar cambiando. Obviamente, tengo esperanza de que siendo ella una mujer tenga mucha más sensibilidad y mucha más humildad en saber y reconocer que hay personas que conocen mucho mejor ciertos temas que la propia administración municipal tal vez no conoce tan bien. Espero que acepte la donación de los miles de árboles que tenemos, tenemos todo un vivero para poder rescatar avenidas y calles, espacios públicos, parques, etc, mejorarlos, e ir incrementando en serio ese índice verde urbano. Tenemos mensajes de tala indiscriminada todos los días, es pan diario. Y con tanta tala diaria, es ilógico que suba el índice de verde urbano.
¿Han tenido ya un acercamiento con la alcaldesa Cynthia Viteri?
Nosotros siempre públicamente ofrecemos nuestros servicios gratuitamente, para los municipios y para las comunidades de escasos recursos. Siempre estamos con las puertas abiertas y nosotros enviamos ya una carta dándole la bienvenida a la alcaldesa y poniendo a disposición todos nuestros servicios. Completamente gratis. Todavía no hemos tenido ninguna respuesta.
Andrea, ¿no has pensado en pasar del lado ciudadano en el que estás al lado en donde se toman las decisiones, el político?
Siempre me preguntan eso y yo tengo claro que quiero de la vida. Y quiero paz, por eso trabajo, por eso lucho. No es fácil, me topo con obstáculos gigantes, pero la política para mí no es una opción. Con lo que yo hago, soy feliz y ni siquiera lo considero como un trabajo. No puedo hacer otra cosa en la vida.
¿No sientes impotencia de no poder resolver las cosas?
Por supuesto que siento impotencia, todos los días. Pero para mí, la política no es una opción, aunque me tarde más tiempo, aunque el camino sea más difícil, creo que en el camino en el que estoy, haciendo un trabajo transparente, yo no estoy en ningún bando y puedo hablar con la verdad, me siento mejor así.
¿Crees que desde tu posición ciudadana también puedes convertirte en un factor de cambio?
Por supuesto. Porque vivimos en un país en donde la política es tan corrupta que un día estás arriba, y al otro día estás abajo. Todo cambia constantemente y por eso muchas políticas públicas que pueden ser buenas, no tienen continuidad y no generan ninguna trascendencia. Se quedan cortas. Aquí el periodo de un ministro de Ambiente no dura más de seis meses. ¿En seis meses qué puedes hacer? ¿En dos años qué puedes hacer? Por la parte privada, yo puedo sacar proyectos hasta el día en que yo viva. Creo que esto tiene mucho más peso desde el lado en que estoy.
¿Qué otros problemas serios ambientales identificas en Guayaquil?
¿Cuánto tiempo tenemos? No, no todo es malo. Lo positivo que identifico es el involucramiento de la gente que ahora se interesa, nos llama, denuncia. Y hay gente que quiere conocer más, eso me llena de esperanza y felicidad. Ahora todo el mundo habla de que hay que sembrar especies nativas, hasta los políticos que no saben que significa eso. Pero eso es bueno porque significa que estamos haciendo un trabajo que está llegando a la médula. Y sí, hay serios problemas como la contaminación ambiental, la explotación de los cerros en la Vía a la Costa, la falta de espacios para andar en bicicleta, no es ciudad amigable para quienes nos gusta caminar, etc. La lista es larga.